El gemir de las almas...

Se dice que Martín Lutero tenía un amigo íntimo, cuyo nombre era Miconio. Este, al ver a Lutero sentado durante días interminables trabajando al servicio del Maestro, Miconio sintió compasión de él y le dijo: "Te puedo ayudar más desde donde yo estoy; permaneceré aquí orando, mientras tú perseveras incansablemente en la lucha." Miconio oró durante días seguidos por Martín. Pero al paso que perseveraba en la oración, comenzó a sentir el peso de la propia culpa.
Cierta noche soñó con el Salvador, quien le mostró las manos y los pies. Le mostró también la fuente en la cual lo había purificado de todo pecado. "Sígueme", le dijo el Salvador, llevándolo a un alto monte,desde donde señaló hacia el naciente. Miconio vio una planicie que se extendía hasta el lejano horizonte.
La vasta planicie estaba cubierta de ovejas, de muchos millares de ovejas  blancas.
Solamente había un hombre, Martín Lutero, que se esforzaba por apacentar a todas. Entonces el Salvador le dijo a Miconio que mirase hacia el poniente. El miró y vio vastos campos de trigo blancos para la siega. El único segador que se esforzaba por segarlos, estaba casi exhausto; de todas maneras, persistía en su tarea.
En ese momento, Miconio reconoció el solitario segador: ¡era su buen amigo, Martín Lutero! Al despertar del sueño, Miconio tomó esta resolución: "No puedo quedarme aquí orando mientras Martín se fatiga en la obra del Señor. Las ovejas deben ser apacentadas, y los campos tienen que ser segados. 
Héme aquí, Señor, ¡envíame a mí!" Fue así como Miconio salió para compartir la labor de su fiel amigo.
Hay muchos testigos oculares del hecho de que Dios continúa respondiendo las oraciones como en el tiempo de Lutero, de Edwards y de Judson. Transcribimos aquí el siguiente comentario publicado en cierto periódico:
"La hermana Dabney es una creyente humilde que se dedica a orar... Su marido, pastor de una gran iglesia, fue llamado para iniciar la obra en un suburbio habitado por gente pobre. Al primer culto no vino ningún oyente; solamente él y ella asistieron. 
Se quedaron desilusionados. Era un campo dificilísimo; el pueblo no era solamente pobre, sino depravado también. La hermana Dabney vio que no había esperanza,a no ser que se clamase a Dios, y resolvió dedicarse persistentemente a la oración. Hizo un voto a Dios,
que, si El atraía a los pecadores a los cultos y los salvaba, ella se entregaría a la oración y ayunaría tres días y tres noches en el templo, todas las semanas, durante un período de tres años.
"Fue así que, después que la esposa de ese pastor angustiado comenzó a orar, sola, en el salón de cultos, Dios comenzó a obrar enviando pecadores en tan gran número, que el salón quedaba repleto de oyentes.
Su marido le pidió entonces que orase al Señor y le pidiese un salón más grande. Dios conmovió el corazón de un comerciante para que desocupara el edificio que quedaba frente al salón, cediéndolo para los cultos. Ella continuó orando y ayunando tres veces por semana, y sucedió que aquel salón más grande también resultó ser insuficiente para contener al público. Su marido le pidió nuevamente que orase y pidiese un edificio en que todos los que deseaban asistir a los cultos pudiesen entrar. Ella oró y Dios les dio un gran templo situado en la calle principal de ese barrio. En ese nuevo templo la asistencia aumentó también a tal punto, que muchos de los oyentes se veían obligados a asistir a las predicaciones de pie, en la calle. Muchos de ellos fueron liberados del pecado y bautizados."
Cuando los creyentes sienten dolores mientras están orando, es que hay almas que están renaciendo. "Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán."
"El gemir de miles de millones de almas en la tierra me llega a los oídos y me conmueve el corazón; me esfuerzo, pidiendo el auxilio de Dios, para evaluar, al menos en parte, la densa obscuridad, la extrema miseria y la indescriptible desesperación de esos miles de millones de almas que no tienen a Cristo.
Medita hermano, sobre el amor del Maestro, amor profundo como el mar; contempla el horrible espectáculo de la desesperación de los hombres perdidos, hasta que no puedas ya censurar, hasta que no puedas descansar, hasta que no puedas dormir."
Al sentir las necesidades de los hombres que perecen sin Cristo, fue que Carlos Inwood escribió lo que acabamos de leer en el párrafo anterior, y es por esa razón que se consume el alma de los héroes de la Iglesia de Cristo a través de los siglos.

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