DÍA 15: ESPERANDO SU CONSEJO

Extracto del Libro: Esperando en Dios
Autor: Andrew Murray


Pero pronto olvidaron sus obras; no atendieron su consejo. (Salmo 106:13.)

Se dice esto del pecado del pueblo de Dios en el desierto. El los había redimido de modo maravilloso, y estaba preparado para suplir todas sus necesidades. Pero, cuando llegó el momento de la necesidad: «No atendieron su consejo.» Creyeron que el Dios Todopoderoso no era su Líder y Cuidador; no preguntaron cuáles eran sus planes. Simplemente siguieron los pensamientos de su propio corazón, y tentaron y provocaron a Dios con su incredulidad. «No atendieron su consejo.»

¡Y este pecado ha venido siendo el del pueblo de Dios en todas las edades! En la tierra de Canaán, en los días de Josué, las tres únicas fallas que se nos mencionan son debidas a este pecado. Al marchar contra Ai, al entrar en tratos con los gibeonitas, al establecerse sin progresar para poseer toda la tierra: no esperaron su consejo. Y de la misma manera, incluso el creyente con experiencia, está en peligro de la más sutil de las tentaciones: tomar la Palabra de Dios, pero seguir nuestras propias ideas respecto a la misma y no esperar en su consejo.

Fijémonos en este aviso y veamos lo que Israel nos enseña. Y de un modo especial considerémoslo no sólo como un peligro al cual el individuo se halla expuesto, sino un peligro sobre el cual todo el pueblo de Dios, de modo colectivo, tiene que estar en guardia.

Toda nuestra relación con Dios está gobernada por el hecho de que su voluntad ha de ser hecha en nosotros y por nosotros, como lo es en el cielo. El ha prometido darnos a conocer su voluntad por medio de Su Espíritu, que nos guía a toda verdad. Y nuestra posición ha de ser la de esperar su consejo como la única guía de nuestros pensamientos y acciones. En nuestro culto en la iglesia, en nuestras reuniones de oración, en nuestras convenciones, en todas nuestras reuniones como directores, organizadores, comités, ayudantes en todo lo que se refiera a la obra de Dios, nuestro primer objetivo ha de ser siempre averiguar cuál es la voluntad de Dios. Dios obra siempre según el consejo de su voluntad. Cuanto más buscamos el consejo de su voluntad, lo hayamos y lo honramos, más cierta y poderosamente hará Dios su obra por nosotros y a través de nosotros.

El gran peligro en todas estas asambleas es que en nuestra conciencia de tener la Biblia y en nuestra experiencia pasada de la dirección de Dios, y nuestro credo recto, y nuestro sincero deseo de hacer la voluntad de Dios, confiamos en estas cosas, y no comprendemos que a cada paso necesitamos y podemos tener la guía celestial. Puede que haya elementos de la voluntad de Dios, la aplicación de la Palabra de Dios, la experiencia de la presencia cercana y la dirección de Dios, manifestaciones del poder de su Espíritu, de los cuales no sabemos nada todavía.

Dios puede estar dispuesto, es más, Dios está dispuesto, a comunicar cosas a las almas que están decididas a permitirle que El obre según quiera, por completo, y que tengan la paciencia de esperar en El para que se las haga conocer. Cuando nos juntamos para alabar a Dios por todo lo que ha hecho y nos ha enseñado, puede que le estemos limitando, al mismo tiempo, si no estamos esperando que haga cosas mayores. Fue cuando Dios hubo dado agua de la roca que los israelitas no creyeron que les iba a dar el maná. Fue cuando Dios les hubo entregado Jericó que Josué creyó que la victoria sobre Ai era segura y no esperó el consejo de Dios. Y así, cuando pensamos que conocemos y confiamos en el poder de Dios por lo que podemos esperar, podemos estar estorbando a Dios, no dándole el tiempo y no cultivando de modo, decidido el hábito de esperar su consejo.

Un ministro no tiene mayor deber que enseñar a los suyos a esperar en Dios. ¿Por qué en la casa de Cornelio, cuando «Pedro habló estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre los que le habían oído»? Porque habían dicho: «Estamos aquí delante de Dios, para oír todas las cosas que Dios te ha mandado.» Podemos juntarnos para dar y oír la más sincera exposición de la verdad de Dios, con muy poco provecho espiritual, o ninguno, si no esperamos en Dios para que nos dé su consejo. Y por ello en todas nuestras reuniones tenemos que creer en el Espíritu Santo como Guía y Maestro de los santos de Dios, cuando esperan ser conducidos por El a las cosas que Dios tiene preparadas, y que el corazón no puede concebir.

Más quietud en el alma, para darnos cuenta de la presencia de Dios; más conciencia de nuestra ignorancia respecto a lo que pueden ser los planes de Dios; más fe en la certidumbre que Dios tiene grandes cosas para mostrarnos; que El mismo se nos revelará con nueva gloria: éstas deben ser las marcas de las asambleas de los santos de Dios, si han de evitar el reproche: «No atendieron a su consejo.»

¡Mi alma espera solamente en Dios!

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