ESTRACTO DEL LIBRO : LA CONQUISTA DIVINA
DE A. W TOZER
JOSUE 1:5
No podemos pensar rectamente acerca de Dios hasta que comencemos a pensar en Él como estando siempre ahí. y ahí primero. Josué tuvo que aprender esto. Había sido durante
tanto tiempo siervo de Moisés, y había recibido con tanta certidumbre la palabra de Dios de boca de él, que Moisés y el Dios de Moisés habían llegado a quedar combinados en su
mente, tan combinados que apenas si podía separar ambos pensamientos; por asociación, siempre aparecían Juntos en su mente. Ahora Moisés ha muerto, y para que el Joven Josué no se sienta golpeado por la desesperación. Dios habla para afirmarlo: «Como estuve con Moisés, estaré contigo.» Moisés había muerto, pero el Dios de Moisés seguía viviendo. Nada había cambiado, y nada se había perdido. Nada de Dios muere cuando muere un hombre de Dios.
«Como estuve..., estaré.» Sólo Dios podía decir esto. Sólo el Eterno podía pronunciarse con el eterno YO SOY y decir: «Estuve» y «estaré». «Fui» y «seré».
Aquí reconocemos (y hay temor y maravilla en este pensamiento) la unidad esencial de la naturaleza de Dios, la persistencia atemporal de su Ser Inmutable a través de la
eternidad y del tiempo. Aquí comenzamos a ver y a sentir el Continuo Eterno. Sea donde sea que comencemos. Dios está ahí primero. Él es Alfa y Omega, el principio y el fin, que era, que es, y que ha de venir, el Omnipotente.
En mi impaciencia de criatura me veo frecuentemente impulsado a desear que hubiera alguna manera de llevar a los cristianos modernos a una vida espiritual más profunda sin dolor
y mediante lecciones breves y fáciles. Pero estos deseos son en vano. No hay atajos. Dios no se inclina ante nuestro nervioso apresuramiento ni ha abrazado los métodos de nuestra edad de las máquinas. Estará bien que aceptemos ya la dura realidad: el hombre que quiera conocer a Dios debe darle tiempo. No debe considerar como malgastado el tiempo que pase en cultivar su conocimiento. Tiene que darse a la meditación y a la oración horas y horas. Así lo hicieron los santos de la antigüedad, la gloriosa compañía de los apóstoles, la buena compañía de los profetas y los miembros creyentes de la santa Iglesia en todas las generaciones. Y así tenemos que hacerlo nosotros si queremos seguir las pisadas de ellos.
DE A. W TOZER
JOSUE 1:5
No podemos pensar rectamente acerca de Dios hasta que comencemos a pensar en Él como estando siempre ahí. y ahí primero. Josué tuvo que aprender esto. Había sido durante
tanto tiempo siervo de Moisés, y había recibido con tanta certidumbre la palabra de Dios de boca de él, que Moisés y el Dios de Moisés habían llegado a quedar combinados en su
mente, tan combinados que apenas si podía separar ambos pensamientos; por asociación, siempre aparecían Juntos en su mente. Ahora Moisés ha muerto, y para que el Joven Josué no se sienta golpeado por la desesperación. Dios habla para afirmarlo: «Como estuve con Moisés, estaré contigo.» Moisés había muerto, pero el Dios de Moisés seguía viviendo. Nada había cambiado, y nada se había perdido. Nada de Dios muere cuando muere un hombre de Dios.
«Como estuve..., estaré.» Sólo Dios podía decir esto. Sólo el Eterno podía pronunciarse con el eterno YO SOY y decir: «Estuve» y «estaré». «Fui» y «seré».
Aquí reconocemos (y hay temor y maravilla en este pensamiento) la unidad esencial de la naturaleza de Dios, la persistencia atemporal de su Ser Inmutable a través de la
eternidad y del tiempo. Aquí comenzamos a ver y a sentir el Continuo Eterno. Sea donde sea que comencemos. Dios está ahí primero. Él es Alfa y Omega, el principio y el fin, que era, que es, y que ha de venir, el Omnipotente.
En mi impaciencia de criatura me veo frecuentemente impulsado a desear que hubiera alguna manera de llevar a los cristianos modernos a una vida espiritual más profunda sin dolor
y mediante lecciones breves y fáciles. Pero estos deseos son en vano. No hay atajos. Dios no se inclina ante nuestro nervioso apresuramiento ni ha abrazado los métodos de nuestra edad de las máquinas. Estará bien que aceptemos ya la dura realidad: el hombre que quiera conocer a Dios debe darle tiempo. No debe considerar como malgastado el tiempo que pase en cultivar su conocimiento. Tiene que darse a la meditación y a la oración horas y horas. Así lo hicieron los santos de la antigüedad, la gloriosa compañía de los apóstoles, la buena compañía de los profetas y los miembros creyentes de la santa Iglesia en todas las generaciones. Y así tenemos que hacerlo nosotros si queremos seguir las pisadas de ellos.
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