A finales de la década de 1730, el predicador inglés George Whitefield provocó con sus sermones un amplio arraigo del evangelismo en Norteamérica. Este renacimiento religioso fue denominado Gran despertar. |
Nació en Gloucester en el año de 1714 en un taberna de bebidas alcoholicas y antes de cumplir 3 años su padre felleció. Su madre se caso nuevamente. En la pensión de su madre él hacia la limpieza de los cuartos, lavaba la ropa y vendia bebidas en el bar. Por extraño que aparezca, a pesar de no ser aún salvo, Jorge se interesaba grandemente en la lectura de las Escrituras, leyendo la Biblia hasta altas horas de la noche y preprando sermones. En la Escuela se le conocia como orador, su elocuencia era natural y espontánea.
Estudió en Pembroke College, Universidad de Oxford, donde se costeo sus propios estudios, sirendo como mesero en un hotel. Durante sus días de estudiante universitario conoció a John y Charles Wesley e ingresó en el Holy Club cuyos miembros eran metodistas. En 1736 fue ordenado diácono de la Iglesia anglicana y dos años después acompañó como misionero a los hermanos Wesley a Savannah, Georgia, en Estados Unidos. Al poco tiempo volvió a Inglaterra y se ordenó sacerdote, pero le fueron vedados muchos púlpitos de la Iglesia anglicana por su forma poco convencional de predicar y dirigir los oficios. Comenzó entonces su predicación al aire libre y atrajo con su elocuencia enormes muchedumbres. En 1739 volvió a América y participó con el clérigo congregacionalista estadounidense Jonathan Edwards en la fundación del movimiento evangelista que más tarde pasó a llamarse Gran Despertar.
En 1741 siguió predicando en Inglaterra, y extendió su trabajo evangélico a Escocia y Gales. En 1741 rompió con John Wesley por sus diferencias respecto a la predestinación aunque siguieron siendo amigos. Tras esta ruptura fue reconocido como cabeza de los metodistas calvinistas.
Jorge Whitefield predicaba en forma tan vívida que parecía casi sobrenatural, se dice que pronunció más de 18.000 sermones; la forma que contaba sus escenas eran tan naturales que muchos de sus oyentes reaccionaban con expresiones o gestos. Sin embargo, el secreto de la gran cosecha de almas salvas no era su maravillosa voz, ni su gran elocuencia. Tampoco se debía a que la gente tuviese el corazón abierto para recibir el evangelio, porque ése era un tiempo de gran decadencia espiritual entre los creyentes. Tampoco fue porque le faltase oposición; repetidas veces Whitefield predicó en los campos porque las iglesias le habían cerrado las puertas. A veces ni los hoteles querían aceptarlo como huésped. En Basingstoke fue agredido a palos. En Staffordshire le tiraron terrones de tierra. En Moorfield destruyeron la mesa que le servía de púlpito y le arrojaron la basura de la feria. En Evesham las autoridades, antes de su sermón, lo amenazaron con prenderlo si predicaba. En exeter, mientras predicada ante un auditorio de diez mil personas, fue apedreado de tal modo que llegó a pensar que le había llegado su hora y en otro lugar lo apedrearon nuevamente hasta dejarlo cubierto de sangre; verdaderamente llevo en su cuerpo las marcas de Jesús. Pero su gran secreto para obtener esos grandes resultados de almas salvadas fue el amor a Jesús.
En 1744 volvió a las colonias de Norteamericana arrastró a muchedumbres entusiastas. A su regreso a Inglaterra en 1748 se convirtió en capellán de la líder religiosa Selina Hastings, condesa de Huntington, que financió sus actividades evangélicas y le permitió acceder a numerosos miembros de la nobleza británica. A partir de 1751 predicó por toda Gran Bretaña e Irlanda y en América. También encontró tiempo para recopilar un libro de himnos que apareció en 1753.
Atravesó el Atlantico tres veces, visito Escocia catorce veces, fue a Gales varias veces, estuvo en Holanda, paso cuatro meses en Portugal, en las Bermudas gano muchas almas para Cristo.
La extraordinaria influencia que ejerció durante su vida es atribuible sobre todo a su habilidad oratoria. Sus obras reunidas se publicaron después de su muerte (7 volúmenes, 1771-1772). Se le considera como un gran predicador inglés y merecedor del título de principe de los predicadores al aire libre donde predico un promedio de diez veces por semana durante un período de treinta y cuatro años, la mayoria de las veces bajo el techo construido por Dios que es el cielo y fundador de los metodistas calvinistas.
CONVERSIÓN:
En este momento, tanto los Wesley, como los demas miembros del Club Santo, eran inconversos. Ellos procuraban la salvacion como un esfuerzo personal, y asi fue como Whitefield, practicaba junto con ellos, una disciplina rigida. Se reunían diariamente para orar y estudiar las Escrituras, ayunaban los miercoles y los viernes, visitaban a los enfermos y encarcelados, todas las mañanas y las noches se pasaban una hora cada uno solos, en oracion, etc.
Es en medio de esta lucha espiritual, por querer alcanzar la salvacion por esfuerzo personal, a costa de lo que fuere, que le llego un libro escrito por un escoces llamado Henry Scougal (La vida de Dios en el alma del Hombre), y por este escrito, el Señor le mostro que debia nacer de nuevo o ser condenado; que no importara todo lo que hiciese, si no nacia de nuevo, no veria el reino de Dios.
Comenzó a procurar con intensidad este union de su alma con Dios; sus luchas internas y sus abstinencias demacraron tanto su cuerpo, que apenas podia arrastrarse para subir las escaleras. Fue forzado a reposar en su cama por siete semanas, y cuando al final habia ya no tenia nada mas que hacer, entonces el poder de la gracia de Dios transformo su corazon y se aferro por la fe al Señor y Salvador Jesucristo. Esto sucedió en el 1735, a los 20 años de edad.
De este evento el mismo dio testimonio diciendo: “Dios se agrado en remover la carga pesada,…aferrarme de su querido Hijo por una fe viva, darme el Espiritu de adopcion y sellarme para el dia de la eternidad. Oh! con que gozo, gozo inefable, un gozo que lleno de gloria, estaba llena mi alma cuando el peso del pecado se me fue… Siempre que voy a Oxford no puedo dejar de correr al lugar donde Jesucristo se me revelo por primera vez y me dio el nuevo nacimiento.”
MUERTE.
En 1770, a los 65 años de edad, durante el séptimo viaje a América, murió. Después de haber predicado en Exeter fue aNewburyport para pasar la noche en la casa del pastor; al subir al dormitorio se dio la vuelta en la escalera con la vela en la mano y pronunció un breve mensaje a sus amigos que estaban allí y que habían estado insistiendo en que les predicase.
A las dos de la madrugada se despertó; le faltaba la respiración y dijo a uno de sus compañeros: "Me estoy muriendo".
Todo el mundo esperaba que Whitefield a la hora de su muerte diera un testimonio maravilloso, pero él dijo que el Señor le había dado tantas y tantas oportunidades de proclamarle, que a la hora de su muerte no tendría palabras que decir. Efectivamente, esto fue lo que ocurrió.
Una gran multitud vino a su entierro, y cumpliendo la voluntad de Jorge Whitefield, fue enterrado bajo el púlpito de la iglesia.
A las dos de la madrugada se despertó; le faltaba la respiración y dijo a uno de sus compañeros: "Me estoy muriendo".
Todo el mundo esperaba que Whitefield a la hora de su muerte diera un testimonio maravilloso, pero él dijo que el Señor le había dado tantas y tantas oportunidades de proclamarle, que a la hora de su muerte no tendría palabras que decir. Efectivamente, esto fue lo que ocurrió.
Una gran multitud vino a su entierro, y cumpliendo la voluntad de Jorge Whitefield, fue enterrado bajo el púlpito de la iglesia.
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