Estracto tomado de:
http://www.elcristianismoprimitivo.com/jorgemullerentrevista.htm
—Me supongo que, viviendo esos muchos años en la obra de Dios, se ha encontrado mucho de lo que le desalentó.
—He encontrado muchas cosas desalentadoras; pero siempre confiaba en Dios —replicó Jorge—. ¡Mi alma descansaba en la palabra de Jehová! ¡Oh! ¡Qué bueno es confiar en Él! ¡Su palabra nunca volvió vacía (Isaías 55:11)! Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas (Isaías 40:29). Esto se aplica a mis ministraciones públicas también. Hace 62 años, prediqué un sermón pobre, seco y estéril, que no me dio consuelo a mí, y según yo me imaginaba, ni a otros. Pero, mucho tiempo después, escuché 19 distintos casos de bendición que resultaron de ese mismo sermón.
Luego, le compartí de unas cosas que me habían desanimado, y de la esperanza que yo tenía que Dios me usaría más en el futuro.
—Tú serás usado por Dios, hermano mío —exclamó Jorge—. ¡Dios mismo te bendecirá! ¡Sigue trabajando!
—¿Puedo pedirle que me dé una palabra de especial consejo en cuanto a mi propia obra para Dios, —le pregunté—, para poder compartirlo con otros obreros cristianos en la gran cosecha de almas?
—Procura depender de Dios en todo —contestó—. Ponte a ti mismo y a tu obra, en Sus manos. Al considerar iniciar una nueva obra, debes preguntarte: ‘¿Es ésta agradable a la mente de Dios? ¿Es para Su gloria?’ Si no es para Su gloria, no es para tu bien, y debes rechazarla por completo. ¡Date cuenta de eso! Pero, al estar seguro que el rumbo que piensas comenzar es para la gloria de Dios, comiénzalo en Su nombre, y síguelo hasta el final. Comiénzalo en oración y fe, y, ¡no te desanimes! Otro consejo es de no mirar la iniquidad, que hay en tu corazón (Salmo 66:18). Si lo haces, el Señor no te escuchará. Mantén esto en tu mente siempre. Luego, confía en Dios. Encomiéndate solo a él. Espera en Él. Cree en Él. Ten de Él grandes expectativas. No desmayes si la bendición se tarda. Y, sobre todo, confía solamente en los méritos de nuestro adorable Señor y Salvador, para que, a razón de ellos, y no de los tuyos, tus oraciones y tus obras sean aceptadas.
No tenía yo palabras más. ¿Qué podía decir? Mis ojos se llenaron de lágrimas y mi corazón rebosaba, como dice el refrán:
“Había un silente ambiente asombroso, que no osaba moverse,
Junto con el silente ambiente celestial del amor.”
De otro cuarto, Jorge trajo un ejemplar de su biografía, en la portada del cual escribió mi nombre. Mientras iba a traerlo, tuve la oportunidad de mirar su apartamento. Los muebles eran muy simples, de un estilo útil y en armonía con lo demás de la vida del hombre de Dios a quien visitaba. Fue un gran principio en la vida de Jorge, el pensar que no es recto que los hijos de Dios sean ostentosos en su estilo, en el modo de vestirse, ni en cualquier parte de su vida. Jorge creía que el lujo y la comodidad no tienen nada en común con los que profesan ser discípulos del humilde y manso Jesús, quien no tuvo dónde recostar su cabeza (Mateo 8:20).
Sobre su escritorio estaba una Biblia abierta, sin notas ni referencias. Aquí, pensaba yo, está dónde se aloja el hombre más destacado, espiritualmente, de nuestra era; un hombre que Dios ha levantado para demostrar a un frío, egoísta y científico mundo las realidades de las cosas de Dios, y para enseñarle a la iglesia tal como ella puede ganar, si solamente se afianza en la Mano Omnipotente.
Había estado con este guerrero de oración una hora, y solamente una vez fue tocada la puerta. Al ocurrir esto, Jorge la abrió, y encontró a una de las huérfanas; una miembro de una de las familias más grandes del mundo, la del orfanato de Jorge. —Mi amada —dijo Jorge—, no puedo atenderte en este momento. Espera un momento, y te llamaré.
Así, fui privilegiado quedarme con ese hombre de fe sin interrupciones; ese príncipe de Dios; ese viajero de un peregrinaje turbado de 91 años; un hombre que, al igual que Moisés, le habló a Dios como un hombre le habla a su amigo. Para mí, fue como una hora en el cielo, pero disfrutada en la tierra.
Su oración por mí fue pequeña y sencilla. Arrodillándose, dijo, —O Señor, bendice a este amado siervo que está ante ti, más y más, más y más ¡y más y más! Y, guía, con tu gracia, su pluma, en lo que él va a escribir en cuanto a esta Tú obra, y en cuanto a nuestras conversaciones del día de hoy. Lo pido por los méritos de Tú amado Hijo, nuestro Señor y Salvador Jesucristo. ¡Amen!
Nota: Jorge vivió hasta los 92 años. A los 70 años, dejó de superentender al orfanato y empezó a viajar para predicar por todas las partes del mundo. Al llegar a los 87, cesó de viajar, pero ya había viajado alrededor de 300,000 kilómetros, en 42 diferentes países, y les predicó a unos 3 millones de personas. A continuación, se comparten las mismas palabras de Jorge, en cuanto al secreto de su poder espiritual:
“Hubo un día en que Jorge Müller murió:
- Jorge Müller murió a: sus gustos, sus opiniones, sus preferencias y su propia voluntad.
- Murió al mundo— su aprobación y censura.
- Murió a la aprobación o crítica de los demás, aun de sus hermanos en Cristo y amigos: desde entonces en adelante, he procurado con diligencia presentarme a Dios aprobado. (2º Timoteo 2:15)”
[Con esto Jorge no quiso decir que no escuchó los consejos de otros, pero si esos consejos no estuvieran sentado sobre bases bíblicas, no les hizo caso.]
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