David Wilkerson [May 19, 1931 – April 27, 2011] primera parte.

Conversión

«Dios me llamó para que trabajara para él cuando tenía once años. Ese verano fui a un campamento juvenil con una beca de trabajo, ya que mis padres no podían pagarme la matrícula. Lo pasé muy mal. Los otros muchachos me decían «el flaco» o «el hijo del predicador», y se burlaban de mis lentes gruesos.
Cuando escogían a los que iban a formar parte de un equipo para un juego determinado, nadie quería al flaco. Recuerdo una vez que quedamos seis sin escoger para ninguno de los dos equipos para un partido de básquetbol. Bud Impesivo, excelente atleta pero que también me parecía en esa época el peor abusador del mundo, gritó: «¡Tomaremos a estos cinco si se quedan con el flaco!».
Así fue todo el tiempo en ese campamento. Había ido con la esperanza de disfrutar de un cambio en relación con la escuela, donde había estado sacando malas notas en clase y pasando momentos difíciles fuera de ella, pero resultó todavía peor en el campamento. Me preguntaba por qué había venido.
Lo descubrí la última noche. Se celebraba un culto especial y de repente pareció como que el predicador me estuviera hablando solo a mí.
«No importa quién eres», decía, «Dios te quiere. No importa si eres grande o no, qué edad tienes. No importa cuán flaco seas y si sacas malas notas en la escuela».
Esto me impactó. Seguí escuchando con toda atención, mientras proseguía: «Lo que Dios quiere de ti es un corazón dispuesto. Quiere oírte decir: «Heme aquí, utilízame!».
Cuando el orador invitó a los jóvenes que acampaban allí a que pasaran al frente para entregar sus vidas a Cristo, recorrí apresurado el pasillo para ir a arrodillarme y levantando las manos por encima de la cabeza lo más alto que pude, exclamé con todas mis fuerzas: «Jesús, no soy nada, pero quiero que me utilices. Toma lo que tengo. Es todo tuyo».
Esa noche comenzó a arder en mi alma el fuego de Dios y supe que nunca más volvería a ser el mismo. Después de esto, muchas veces, cuando otros muchachos jugaban, yo oraba. Mientras otros veían películas o leían historietas, yo buscaba a Dios o leía la Biblia. Había aprendido que mi vida tenía un propósito y una misión, y nunca he perdido esto de vista».
«Ministerio en el infierno», 1968.

Predicador callejero
Cuando era pastor en Pennsylvania predicaba hermosos sermones sobre el testificar. Hacía todo lo posible para que mi congregación fuera una iglesia evangelística, salvo testificar yo mismo. Entonces, un día, Dios me sacó del templo a las calles.
Todos los miércoles y sábados me introducía en los restaurantes, salones de billar y boleras de Phillisburg, pescando almas. Cada cierto tiempo pescaba una. Me emocionaba tanto con lo que empezaba a ocurrir, que conté mis experiencias en mis sermones.
Poco después, mi esposa comenzó a recibir llamadas telefónicas de varios jóvenes de la iglesia: «¿Dónde está el pastor Wilkerson esta noche?», preguntaban. «¿En la calle Tres? Gracias. Hasta luego». Y muy pronto un creciente número de adolescentes me acompañaba mientras le hablaba de Jesús a gente que tenía hambre de oír de Dios. Sin ningún programa, salvo la dirección del Espíritu, teníamos con nosotros una genuina cruzada para Cristo.
«¡Hombre, sí que tengo problemas!», 1969.
 tomado de:  http://www.aguasvivas.cl/revistas/64/espigando2.htm

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