(estractos de sus libros sobre la oración)
por E.M. Bounds
LA ORACIÓN Y LA HUMILDAD
" Si 2 ángeles tuvieran que recibir en el mismo momento una comisión de Dios, uno para bajar y gobernar el más grande imperio de la tierra, el otro para ir a barrer las calles del pueblo más insignificante, les sería una cuestión totalmente indiferente cuál servicio le tocara en suerte a cada uno, porque el gozo de los ángeles descansa únicamente en la obediencia a la voluntad de Dios, y con el mismo gozo levantarían a un Lázaro en harapos al seno de Abraham o conducirían una carroza de fuego que lleve a Elías al cielo."
-John Newton
Ser humilde es tenerse a sí mismo en poca estima. Es ser modesto, sencillo, estar dispuesto a pasar desapercibido. La humildad se retira de la vista pública, no busca la publicidad y los lugares altos, ni le importan las posiciones prominentes. La humildad es por naturaleza retraída. Nunca se exalta a sí misma en los ojos de otros, ni siquiera en los propios. La modestia es una de sus características predominantes.
La humildad carece totalmente de orgullo, y se encuentra a la mayor distancia de cosas como la vanidad o el engreimiento. No hay autoadulación en la humildad. Más bien tiene la disposición para alabar a otros. "En cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros."
La humildad no gusta de los asientos principales, ni aspira a los lugares más importantes. Está dispuesta a ocupar los asientos más bajos, y prefiere los lugares donde pasará inadvertida.
La humildad no tiene los ojos puestos sobre sí misma, sino sobre Dios y sobre los otros. Es pobre de espíritu, mansa en su conducta, de corazón sufrido. (efesios 4:2)
La parábola del fariseo y el publicano es un sermón en breve sobre la humildad y el orgullo. El fariseo vanidoso, encerrado en sí mismo, consciente únicamente de sus propias actitudes santurronas, enumera sus virtudes frente a Dios, despreciando al pobre publicano que está a lo lejos. Se enaltece a sí mismo, y se va sin ser justificado, sino más bien condenado y rechazado por Dios.
El publicano no ve ninguna cosa buena en sí mismo, no sabe acreditarse virtud alguna, ni siquiera se atreve a levantar la vista, con semblante abatido se golpea el pecho y exclama: "Dios, sé propicio a mí, pecador." (Lucas 18:14)
Dios da mucho valor al corazón humilde. Es bueno vestirse de humildad como si fuera un manto. Lo que acerca a Dios al alma del que ora, es un corazón humilde.Lo que da alas a la oración, es una mente mansa. Lo que da pronto acceso al trono de la gracia, es el saberse incapaz de nada...
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