Acerquémonos al Señor

Estracto del libro, pag. 37 y 38
Autor: Andrew Murray

La verdadera imagen, la sustancia y la realidad de las cosas celestiales mismas nos las trajo solamente Cristo. Y Dios nos pide que, correspondiendo al verdadero santuario, haya un corazón verdadero.
El antiguo pacto, con su tabernáculo y su culto, que no era sino una sombra, no podía hacer recto el corazón de Israel. En el nuevo pacto hay la promesa primera de Dios: «Escribiré mi ley en el corazón: te daré un nuevo corazón.» Como nos
ha dado a su Hijo lleno de gracia y de verdad, en el poder de la vida eterna, para obrar en nosotros como Mediador del nuevo pacto, para escribir su ley en nuestros corazones, nos llama para que nos acerquemos con corazón verdadero.

Dios nos pide el corazón. ¡Ay, cuántos cristianos le sirven todavía en el servicio del antiguo pacto! Hay ocasiones para leer la Biblia y para orar y para ir a la iglesia. Pero cuando se nota lo rápida y lo natural y alegremente que el corazón,
tan pronto como ha sido liberado de las restricciones, se vuelve a las cosas del mundo, uno se da cuenta de lo poco que ha sido afectado el corazón;
no es una adoración con corazón verdadero, de todo el corazón.
El corazón, con su vida y su amor y su gozo, no ha sido fundado todavía en Dios como su bien supremo. La religión es más bien una cosa de la cabeza y sus actividades, una imaginación, una concepción y deseos, los cuales no son sino las antiguas figuras y sombras otra vez, en vez de ser el corazón y su vida; es mucho más una cosa de la voluntad humana y su poder que del Espíritu que Dios nos envía.

En cambio, el Espíritu de Jesús hace de cada palabra de confesión de pecado, de cada acto de entrega a la voluntad de Dios, de cada acto de confianza en su gracia, una realidad viva, una expresión verdadera de nuestro ser íntimo.
Esto constituye el verdadero y nos llega la invitación: «Acerquémonos con
corazón sincero.» Que nadie se retraiga por temor: «mi corazón no es sincero.» No hay manera de obtener un corazón sincero sino poniéndolo en acto.

Dios te ha dado, como hijo suyo, un nuevo corazón, un don maravilloso, si tú pudieras darte cuenta. A causa de tu ignorancia, tu falta de fe, tu desobediencia, el corazón se ha vuelto débil y marchito; sus latidos se pueden sentir todavía, sin embargo. La Epístola, con todas sus solemnes amonestaciones y su bendita enseñanza, ha venido para estimularlo y sanarlo. Tal como Cristo
dijo al hombre de la mano paralizada: Levántate,
El te llama a ti, desde su trono en el cielo: Levántate y ven y entra con un corazón sincero.

Cuando tú vacilas y miras dentro de ti para ver si sientes y para hallar si tu corazón es verdadero, y en vano procuras hacer lo necesario para que sea sincero, El te llama de nuevo. «Extiende tu mano.» Cuando El dijo esto al hombre de la mano paralizada, a quien había dicho que se levantara y se pusiera de pie delante de Él, el hombre sintió el poder de los ojos y la voz de Jesús y extendió la mano.

Haz tú lo mismo, levántala, extiende tu mano y llega a este marchito corazón tuyo, que ha estado sumido en su propia impotencia, extiende tu mano y será hecho sano. En el mismo acto de obediencia a la llamada a que entres, se
demostrará que es un corazón sincero, un corazón dispuesto a obedecer y a confiar en su bendito Señor, un corazón dispuesto a darlo todo, y a hallar su vida en el secreto de su presencia. Sí, Jesús, el gran Sacerdote sobre la casa de Dios, el Mediador del nuevo pacto, con el nuevo corazón dispuesto para ti, te llama: Acércate con el corazón sincero.

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