Continuamos reflexionando sobre las bellas verdades que
encontramos en la vida apóstol Pedro. Él, Pescador de profesión, tenía una esperanza en su
corazón, llegar a contemplar la venida del Mesías prometido o, por lo menos,
hallar algo que saciara su corazón sediento.
Tal vez en un día común y corriente, sale de casa antes que
se levante el sol, sube a la barca y se adentra en el mar. Lanza sus redes una
y otra, y otra vez; a veces le parece un duro castigo, una rutina agotadora y
monótona. Llega a casa exhausto, le da algo de sustento a su familia y se
sienta a remendar las redes, para comenzar de nuevo al otro día. Pedro, Un padre
fuerte y responsable, sólo puede ocupar su mente en una cosa: “Las redes,
dependo de las redes; tengo que comprar algunas o remendar las que tengo, no
puedo descansar sin asegurarme que están listas, ¿qué más puedo hacer? sólo sé
hacer esto, soy pescador”. Mientras… su corazón clama: ¡Libértame de estas
redes!
Cierto día, Un Hijo
de Hombre, se pasea por la playa…alza los ojos y ve a un esperanzado. Sonríe y
piensa: ¡Hoy es el día, tanto tiempo! ¿Vendrás conmigo? Una voz entre la bulla
de las olas se escucha: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. La
suave brisa lleva las gloriosas palabras mientras acaricia la cara de Pedro…sus
ojos se encuentran, su corazón le reconoce, las redes caen al suelo ¡ya nada
será igual para siempre! ¡Aleluya!
Pedro no estaba cansado de cuidar de su familia, quizá solo quería dejar la vana manera de vivir (1 Pedro 1:18), la rutina de muerte que todo mortal sufre cuando se vive sin que la vida de Cristo fluya pero, ¿Sabes que aún hoy se sigue escuchando esa dulce voz entre la bulla? Si estás dispuesto(a) a soltar tus redes, búscale a Él, y jamás serás igual.
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