Compartimos este extracto del libro:
Es verdaderamente cierto que Jesús busca y salva lo que se había perdido. Él murió y llevó a cabo una expiación real por pecadores reales. Cuando los hombres no están jugando con las palabras, o llamándose a sí mismos “miserables pecadores”, por pura cortesía, me siento lleno de gozo cuando me reúno con ellos. Me daría gusto platicar la noche entera con pecadores que se reconocen sinceramente como tales (bona fide). El mesón de la misericordia nunca cierra sus puertas para ellos, ni días de semana ni domingos.
Nuestro Señor Jesús no murió por pecados imaginarios, sino que la sangre de Su corazón fue derramada para limpiar manchas de color carmesí que nada más podría quitar.
Aquel que es un negro pecador, es el tipo de hombre que Jesucristo vino a blanquear. En cierta ocasión un predicador del Evangelio predicó un sermón sobre el texto: “Ahora, ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles”; y pronunció un sermón de tal naturaleza que uno de sus oyentes le dijo: “Uno habría pensado que usted estaba predicando a criminales. Su sermón debió haber sido
predicado en la cárcel del condado.” “Oh, no”, -respondió el buen hombre- “si yo predicara en la cárcel del condado, no predicaría sobre ese texto, allí predicaría sobre: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”. Justo eso. La ley es para los justos con justicia propia, para abatir su orgullo: el Evangelio es para los perdidos, para suprimir su desesperación.
Si no estás perdido, ¿qué tienes que ver con un Salvador? ¿Debería el pastor ir en busca de las ovejas que nunca se descarriaron? ¿Por qué la mujer habría de barrer su casa por las monedas que nunca abandonaron su bolsa? No, la medicina es para el enfermo; la vivificación es para los muertos; el perdón es para los culpables; la liberación es para quienes están atados: la restauración de la vista es para quienes están ciegos. ¿Cómo se podrían explicar el Salvador, y Su muerte en la cruz, y el Evangelio del perdón, a menos que fuese sobre la suposición de que los hombres son culpables y dignos de condenación? El pecador es la razón de la existencia del Evangelio.
Tú, amigo mío, a quien llega ahora esta palabra, si eres indigno, si eres digno del castigo, si eres digno del infierno, tú eres el tipo de hombre para quien el Evangelio es ordenado, y dispuesto y proclamado. Dios justifica al impío. Yo quisiera presentar esto de manera muy sencilla. Espero haberlo logrado ya; pero, aun así, sencillo como es, únicamente el Señor puede hacer que un hombre lo vea. En verdad al principio le parece sumamente asombroso al hombre que ha despertado, que la salvación sea realmente para él como un ser culpable y perdido. Piensa que la salvación ha de ser para él como un hombre penitente, olvidando que su arrepentimiento es una parte de su salvación. “Oh”, -dice él- “pero he de ser esto y lo otro”, todo lo cual es cierto, pues será esto y eso como resultado de la salvación; pero la salvación viene a él antes de que tenga cualquiera de los resultados de la salvación. Viene a él, de hecho, mientras merece esta descripción abominable, despreciable, miserable y desnuda: “impío”. Eso es todo lo que es cuando el Evangelio de Dios viene para justificarlo. Quisiera, por tanto, exhortar a quienes no poseen nada bueno, que temen que ni siquiera tienen un sentimiento bueno o cosa alguna que les recomiende ante Dios, que crean firmemente que nuestro misericordioso Dios puede y quiere recibirlos sin nada que les recomiende, y perdonarlos espontáneamente, no por causa de que esos individuos sean buenos, sino debido a que Él es bueno.
¿Acaso no hace salir Su sol sobre malos y buenos? ¿Acaso no da tiempos fructíferos y envía la lluvia y el sol sobre las naciones más impías? Sí, hasta la misma Sodoma recibía Su sol, y Gomorra tenía Su rocío. Oh amigo, la grandiosa gracia sobrepasa mi comprensión y la tuya, y quisiera que la consideraras dignamente. Como son más altos los cielos que la tierra, así son los pensamientos de Dios más que nuestros pensamientos. Él puede perdonar abundantemente. Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores: el perdón es para el culpable.
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