Extracto del libro | La Sangre de la CruzAutor | Andrew Murray
El Espíritu Santo es el gran poder de Dios. En la Santa Trinidad procede del Padre al Hijo. El Espíritu Santo, con su actividad escondida y omnipotente, ejecuta el propósito divino; revela y da a conocer al Padre y al Hijo. En el Nuevo Testamento la palabra "Santo" se aplica al Espíritu más que al Padre o al Hijo, y es casi siempre llamado "el Espíritu Santo" porque es Él el que desde el interior de la Divinidad transfiere la santidad a los redimidos.
La vida de Dios es donde reside su santidad. Cuando el Espíritu Santo imparte la vida de Dios, allí imparte y mantiene la santidad de Dios. Por ello se le llama Espíritu de Santificación. De modo que nuestro texto dice que somos "elegidos para obediencia y ser rociados con la sangre de Jesucristo para la santificación del Espíritu".
El Espíritu Santo, con su gran poder, se encarga de vigilarnos y cumplir los propósitos de Dios en nosotros. Elegidos en santificación del Espíritu para la obediencia. El Espíritu de santificación y obediencia: estas dos van juntas en los propósitos de Dios. Aquí tenemos también una solución a la dificultad ya mencionada, que no nos es posible prestar obediencia a las demanda divinas. Como Dios lo sabía mejor que nosotros hizo provisión para ello. Nos concede el Espíritu de santificación, que renueva nuestro corazón y nuestra naturaleza interior, y nos llena de su santo y celestial poder, por el que se nos hace posible ser obedientes. Lo único necesario para ello es que reconozcamos y confiemos en el revestimiento del Espíritu Santo, y sigamos su guía.
Esta actividad interior es tan suave como escondida; Él nos une a sí mismo tan enteramente, a nosotros y nuestros esfuerzos, que nos imaginamos todavía que estamos en nuestro pensar y querer, cuando ya es el poder escondido que está obrando. Como no nos damos cuenta de Él, nos es difícil creer que, cuando somos redargüidos de pecado o sentimos el deseo de obedecer (los dos resultado de su actividad interior), Él tiene el poder, para perfeccionar esta obra en nosotros.
Que el que de veras, quiera serle obediente, pues, sea cuidadoso y persistente en mantener esta actitud de confianza: "El Espíritu de Dios está en mí"; y se incline reverentemente ante Dios en oración para que "le robustezca con su Espíritu por poder, en el hombre interior".
En la santificación del Espíritu: este proporciona el poder que nos hace posible ser obedientes, y por medio del cual experimentamos el ser rociados por la sangre y lo que esto significa e imparte.
Esta es la razón por la que muchos en el pueblo de Dios se quejan que después de haber aprendido, oído y pensado y aún creído todo lo posible sobre la sangre, experimentan tan poco su poder. No hay que maravillarse porque aprender, oír, pensar y creer son solo en gran parte obra del entendimiento. Y aunque la oración se hace al Espíritu Santo, es sólo en expectativa de que Él nos dará ideas más claras sobre la verdad. Pero este no es el camino. El Espíritu mora en el corazón y es allí que quiere hacer su obra principal. El corazón debe ser puesto en orden primero, y luego, el entendimiento echará mano de la verdad, no como una mera idea mental, sino que la preservará dentro de la vida cristiana.
Somos elegidos en la santificación del Espíritu -no en las actividades del entendimiento- para ser rociados con la sangre[...]si empezáramos a vivir como los que han sido conducidos en la santificación del Espíritu a la plena experiencia de lo que puede hacer la sangre, tendríamos, como nunca antes, una entrada real a la eterna morada de Dios, en comunión con Él. Deberíamos saber lo que es tener "consciencia de pecado", tener el corazón purificado de mala consciencia y tener libertad de una comunión permanente con Dios.
El Espíritu Santo, cuando nos entregamos completamente a su guía, puede en un momento, traernos a esta relación con Él, en la cual lo esperamos todo de Él.
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