Extracto del libro: No améis al mundo | T. S. Nee
...A la luz de esto, estudiemos ahora la doble afirmación de Pablo. Si, a) Dios nos ha colocado en Cristo, y Cristo es completamente de otro mundo, entonces nosotros también somos de otro mundo. El es ahora nuestra esfera, y estando en El estamos por definición completamente fuera de esa otra esfera. El Padre "nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención" (Col. 1:13,14).
Este traslado fue el tema del capítulo anterior. Además si, b) Cristo nos "ha sido hecho redención"—es decir, Cristo nos ha sido dado para ser eso—, entonces significa que dentro de nosotros Dios ha puesto a Cristo mismo como una barrera para resistir al mundo.
Me he encontrado con muchos creyentes nuevos procurando resistir al mundo, procurando de una y otra manera de vivir una vida no mundana. Encontraron que era muy difícil hacerlo y más aún, tal esfuerzo es completamente innecesario. Pues por ser esencialmente de otro mundo Cristo es nuestra barrera al mundo y no necesitamos nada más. No es que debemos hacer algo en relación con nuestra redención como tampoco lo hizo el pueblo de Israel en relación con la suya. Simplemente confiaron en el brazo extendido de Dios para redimirlos. Y Cristo nos ha sido hecho redención. En mi corazón hay una barrera entre el mundo y yo, la barrera de otra clase de vida, es decir la de mi Señor mismo, y Dios ha colocado esa barrera allí. Por causa de Cristo el mundo no puede alcanzarme.
¿Qué necesidad tengo entonces de procurar resistir o escapar del sistema imperante? Si busco dentro de mí mismo algo con qué enfrentar y vencer al mundo al instante encuentro que todo mi ser clama por ese mundo, mientras que si procuro separarme de él sencillamente me envuelve más y más. Pero cuando reconozco que Cristo en mí es mi redención y que en El estoy completamente 'afuera', en ese momento cesará la lucha. Simplemente le diré que yo no puedo hacer nada en cuanto al 'mundo' y que le agradezco con todo mi corazón que El es mi redentor.
Arriesgando el ser monótono permítaseme decir nuevamente: el carácter del mundo es moralmente diferente de la vida impartida por el Espíritu que hemos recibido de Dios. Fundamentalmente es por poseer esta nueva vida del don de Dios que el mundo nos odia pues no tiene odio por los suyos. Esta diferencia radical nos imposibilita completamente de lograr que el mundo nos ame. "Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece."
Cuando el mundo enfrenta en nosotros honestidad y decencia natural humana lo aprecia y está dispuesto a rendirnos el respeto que merece y darnos su confianza. Pero en cuanto enfrenta en nosotros aquello que no es de nosotros mismos, es decir la naturaleza divina de la cual hemos sido hechos participantes, se despierta su hostilidad al instante. Demostremos al mundo los frutos del cristianismo y aplaudirá; mostrémosle el cristianismo y se opondrá tenazmente. Pues por más que evolucione el mundo no podrá producir ni un solo creyente. Puede imitar la honestidad, la cortesía, la caridad cristianas, sí, pero jamás puede aspirar a producir un solo creyente.
La así llamada civilización granjea el reconocimiento y el respeto del mundo. El mundo puede tolerar eso; aun puede asimilar y utilizarlo. Pero odia la vida cristiana —la vida de Cristo en el creyente— y dondequiera que la encuentre se opondrá a ella hasta la muerte.
La civilización cristiana es el resultado de una tentativa de reconciliar al mundo con Cristo. En la figura del Antiguo Testamento lo vemos representado por Moab y Amon, el fruto indirecto del compromiso de Lot con Sodoma; y ni Moab ni Amon fueron menos hostiles a Israel que las naciones paganas. La civilización cristiana comprueba que puede entremezclarse con el mundo y puede quizás tomar la parte del mundo en una crisis. Hay una cosa, sin embargo, que está eternalmente separada del mundo y nunca podrá entremezclarse con él y eso es la vida de Cristo. Sus naturalezas son mutuamente antagónicas y no pueden ser reconciliadas.
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