Es la jornada # 21 de este hermoso viaje de Israel. Nos encontramos en Macelot, una gran asamblea de los "santos escogidos" que abandonaron este mundo para ir a buscar su herencia. En esta parada el pueblo necesitaba aprender que, aunque estaban cruzando un desierto ardiente, a su vista interminable, sí habría un final y todos serían reunidos para entrar y poseer la tierra prometida.
Meditemos en el cielo, la mayor reunión de los hijos e hijas de Dios de todos los tiempos y el lugar final del verdadero reposo:
El Cielo es real. Allí se encuentra nuestro Amado Señor, al que adoramos y servimos. Aquel a quien hemos anhelado toda la vida está allí en toda Su gloria y esplendor.
Al cielo se le llama también, "la casa del Padre". Quizá no cuentes con un padre terrenal, pero tienes uno mejor, Él es el único y verdadero padre fiel, y hasta el día de hoy te ha cuidado amorosamente. Gracias a Dios si aún gozas de un padre acá en la tierra, pero debes creer y vivir agradando al Eterno y Verdadero, y debes colocar en primer lugar tu relación con él.
Job también describe el cielo en el capítulo 3:17 "Allí los impíos dejan de perturbar, y allí descansan los de agotadas fuerzas. Allí también reposan los cautivos; no oyen la voz del capataz".
En el cielo hay plenitud de gozo (sal. 16:11). Es un lugar eterno y muchos estarán allí (Mt. 8:11).
No debemos entristecernos ni temer a la muerte. Debemos creer que Aquel que murió y también resucitó, es poderoso para resucitarnos en aquel día final (1 Tes. 4:13-18). Para el cristiano, la muerte es un sueño que tiene un dulce despertar en victoria. Allí veremos cara a cara al Señor y todo lo viejo pasará:
"Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas.
Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza.
Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades". (Ap. 1:14-18)
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