Ciertamente, ninguno de cuantos esperan en ti será confundido.
(Salmo 25:3.)
Autor: Andrew Murray
Procuremos, en nuestra meditación de hoy, olvidarnos de nosotros mismos, y pensar en la gran compañía de Dios, los santos alrededor de todo el mundo, que están con nosotros esperando en Él. Y unámonos a ellos con la ferviente oración: «Ninguno de cuantos esperan en ti será confundido».
Pensemos por un momento en la multitud de todos los que esperan y que necesitan esta oración; cuántos hay enfermos, cansados, solitarios, para los cuales es como si no hubiera respuesta a la oración, y que, a veces empiezan a temer que su esperanza sea confundida. Y luego, cuántos siervos de Dios, ministros o misioneros, maestros u obreros, cuyas esperanzas en la obra han sido decepcionadas, y cuyo anhelo de poder y bendición ha quedado insatisfecho. Y también, aquellos que han oído de una vida de perfecto reposo y paz, de permanecer en la luz y la comunión, de fuerza y victoria, que no pueden encontrar el camino. Con todos éstos, de lo que se trata, es que no han podido descubrir el secreto de esperar en Dios totalmente.
Necesitan lo que necesitamos todos, la viva seguridad de que el esperar en Dios no puede ser nunca en vano. Recordemos a aquellos que están en peligro de desmayar o de agotamiento, y unámonos todos en un clamor:
«Ninguno de los que esperan en ti sea avergonzado».
Si esta intercesión por todos los que esperan en Dios pasa a ser parte de nuestro esperar en Él, ayudaremos a otros a llevar sus cargas, y cumpliremos así la ley de Cristo. Se habrá introducido en nuestro esperar en Dios este elemento de generosidad y amor, que es el camino a la más alta bendición y la plena comunión con Dios. El amor a los hermanos y el amor a Dios están inseparablemente unidos. En Dios, el amor al Hijo y a nosotros es uno:
«Que el amor con que me has amado esté en ellos». En Cristo, el amor del Padre a Él y su amor a nosotros son uno:
«Como el Padre me ha amado así yo os he amado». A nosotros, Él nos pide que su amor para nosotros sea nuestro amor a los hermanos:
«Como yo os he amado, amaos también los unos a los otros».
Todo el amor de Dios y de Cristo está inseparablemente unido con el amor a los hermanos. Y ¿cómo podemos, día tras día, probar y cultivar este amor de otra manera que orando los unos por los otros? Cristo no buscó disfrutar del amor del Padre solo, lo pasó a nosotros. Todos los que buscan a Dios de verdad y que buscan su amor, estarán inseparablemente unidos en el pensamiento y el amor a los hermanos que oran por ellos.
«Que ninguno sea confundido». Dos veces habla David en el salmo de esperar en Dios; aquí habla de todos los que esperan en Él. Que esta página lleve el mensaje a todos los atribulados y probados que hay muchos que oran por ellos aunque ellos no lo saben. Que nos estimule a olvidarnos de nosotros mismos de vez en cuando en nuestra oración, y ampliar nuestro corazón, y decir al Padre: «Estos que esperan en Ti; dales su comida a su debido tiempo».
Que nos inspire con nuevo aliento, porque ¿quién no se siente a veces cansado y a punto de desmayar? «Que ninguno de cuantos esperan en ti sea confundido», es una promesa en una oración. Desde muchos y muchos testigos llega el clamor a los que necesitan ayuda, hermanos atribulados: «Esperad en el Señor; tened buen ánimo, y fortaleced vuestro corazón; esperad, dice el Señor. Tened ánimo, todos los que esperáis en el Señor».
Bendito Dios, humildemente te pedimos que ninguno de los que esperan en ti sea confundido; no, ni uno. Algunos están cansados, y el tiempo de espera les parece largo. Algunos están débiles, y apenas pueden esperar más. Y algunos se hallan enzarzados en el esfuerzo de orar y obrar, y creen que pueden simplemente esperar de modo constante.
Padre, ¡enséñanos a todos a esperar! Enséñanos a pensar los unos en los otros y a orar unos por los otros. Enséñanos a pensar en ti, el Dios de los que esperan. Padre, que ninguno de cuantos esperan en ti sea avergonzado. Por amor de Jesús. Amén.
¡Alma mía, espera sólo en Jehová!
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