Extracto del libro: Todo por graciaAutor: C. H. Spurgeon
Le he estado hablando continuamente a mi lector acerca de Cristo crucificado, quien es la gran esperanza del culpable; pero es sabio que recordemos que nuestro Señor resucitó de los muertos y vive eternamente.
No se te pide confiar en un Jesús muerto, sino en uno que, aunque murió por nuestros pecados, resucitó para nuestra justificación. Puedes acudir a Jesús de inmediato como a un amigo que vive y está presente. Él no es un simple recuerdo, sino una persona que existe continuamente y que oirá tus oraciones y las responderá. Él vive y tiene el propósito de continuar la obra por la cual entregó Su vida una vez. Él está intercediendo por los pecadores a la diestra del Padre, y, por esta razón, puede salvar perpetuamente a los que por Él se acercan a Dios. Ven y prueba a este Salvador viviente si no lo has hecho nunca antes.
Este Jesús vivo es también elevado a una eminencia de gloria y poder. Él no se aflige ahora como ‘un hombre humillado delante de sus enemigos’, ni trabaja como ‘el hijo del carpintero’; sino que es exaltado por sobre los principados y las potestades y sobre todo nombre que se nombra. El Padre le ha dado todo poder en el cielo y en la tierra, y Él ejerce este excelso poder llevando a cabo Su obra de gracia. Oye lo que Pedro y los otros apóstoles testificaron en relación a Él, ante el sumo sacerdote y el concilio:
“El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero. A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados (Hechos 5: 30, 31).
La gloria que rodea al Señor ascendido debería infundir esperanza en el pecho de todo creyente. Jesús no es una persona insignificante:
Él es “un Salvador y Príncipe”. Él es coronado y entronizado como Redentor de los hombres. En Él está investida la soberana prerrogativa de la vida y la muerte; el Padre ha puesto a todos los hombres bajo el gobierno mediador del Hijo, de tal manera que Él puede revivir a quien quiera. Él abre, y nadie cierra. A Su palabra, el alma que está atada con las cuerdas del pecado y de la condenación, puede ser liberada en un instante. Extiende el cetro de plata, y cualquiera que lo toque, vive.
Es bueno para nosotros que así como el pecado vive, y la carne vive, y el demonio vive, de igual manera, Jesús vive; y es bueno también que independientemente de cualquier fuerza que todos ellos tengan para arruinarnos, Jesús tenga todavía mayor poder para salvarnos. Toda Su exaltación y habilidad están a nuestra cuenta. “Él es exaltado para ser”, y exaltado “para dar”. Él es exaltado para ser un Príncipe y un Salvador, para dar todo lo que se requiere para lograr la salvación de todos lo que se someten a Su gobierno. Jesús no tiene nada que no use para la salvación de un pecador, y toda Su persona se muestra en las abundancias de Su gracia. Él vincula Su condición de Príncipe a Su condición de Salvador, como si no quisiera poseer la una sin la otra; y manifiesta que Su exaltación tiene el propósito de traer bendiciones a los hombres, como si esta fuese la flor y la corona de Su gloria. ¿Podría haber algo mejor diseñado para levantar las esperanzas de los pecadores que buscan y que están mirando en dirección a Cristo?
Jesús soportó gran humillación, y por tanto, había espacio para que fuera exaltado. Por esa humillación Él cumplió y soportó toda la voluntad del Padre, y por eso fue recompensado al ser elevado a la gloria. Él usa esa exaltación a favor de Su pueblo. Mi lector debe alzar sus ojos a esos montes de gloria, de donde ha de venir Su ayuda. Debe contemplar las excelsas glorias del Príncipe y Salvador.
¿Acaso no es sumamente esperanzador para los hombres que un Hombre esté ahora sobre el trono del universo? ¿Acaso no es glorioso que el Señor de todo sea el Salvador de los pecadores? Tenemos un amigo en la corte; sí, un amigo en el trono. Él usará toda Su influencia por aquellos que confían sus asuntos en Sus manos. Bien canta uno de nuestros poetas:
“Él vive siempre para interceder
Delante del rostro de Su Padre;
Entrégale tu causa, alma mía, para que interceda,
Y no dudes de la gracia del Padre.”
Acude, amigo, y confía tu causa y tu caso a aquellas manos que fueron traspasadas una vez, y que ahora están glorificadas con la sortija del sello del poder y del honor reales. Ningún caso se perdió jamás si ha sido presentado por este grandioso Abogado.
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