Extracto del libro: La OraciónAutor: John BunyanOrar es derramar de modo sincero, consciente y afectuoso el corazón o alma ante
Dios, por medio de Cristo, en el poder y ayuda del Espíritu Santo, buscando las
cosas que Dios ha prometido, o que son conforme a su Palabra, para bien de la
iglesia, con fiel sumisión a Su voluntad.
1. De modo sincero: La
sinceridad es una gracia que forma parte de todas las demás que Dios nos da, y
de todas las actividades del cristiano, influyendo en ellas, pues de lo contrario Dios
no las miraría. Así ocurre en la oración, como particularmente dice David, hablando
de este tema: "A Él clamé con mi boca, y ensalzado fue con mi lengua. Si en mi
corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me oyera" (Salmo 66: 17,
18).
La sinceridad es parte de la oración, pues sin ella Dios no la consideraría como tal.
"Y me buscaréis y hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón"
(Jeremías 29:13). La falta de sinceridad hizo que Jehová rechazara las oraciones
de que se nos habla -en Oseas 7:14, donde dice: " Y no clamaron a mí con su
corazón" (es decir, en sinceridad), "cuando aullaron sobre sus camas". Mas oran
para simular, para exhibirse hipócritamente, para ser vistos de los hombres y
aplaudidos por ello. La sinceridad es lo que Cristo encomió en Natanael, cuando
éste estaba debajo de la higuera: "He aquí un verdadero israelita, en el cual no
hay engaño".
Probablemente este buen hombre había estado derramando su alma
a Dios en oración bajo la higuera, haciéndolo en espíritu sincero y sin doblez, ante
el Señor. La oración que contiene este elemento como uno de sus ingredientes -
principales, es la oración que Dios escucha. Así vemos que "La oración de los
rectos es Su gozo" (Proverbios 15: 81) ¿Por qué ha de ser la sinceridad uno de los
elementos esenciales de la oración que Dios acepta? Porque la sinceridad induce
al alma a abrir – el corazón ante Dios con toda sencillez a presentarle el caso
llanamente, sin equívocos; a reconocer la culpa sin disimulos; a clamar a Dios
desde lo más profundo del corazón, sin palabras huecas y artificiosas.
"Escuchando, he oído a Ephraim que se lamentaba: me azotaste, y, fui castigado
como novillo indómito..." La sinceridad es la misma cuando está acallada en un
rincón que cuando se presenta ante el mundo. No sabe llevar - dos máscaras, una
para comparecer- ante los hombres,- y otra para los breves momentos -que pasa
en soledad. Ella se ofrece al ojo escrutador de Dios, y ancía estar con Él en el
deber de la oración. No tiene aprecio por el esfuerzo de labios, pues sabe que lo
que Dios mira es el corazón - de donde brota- para ver si es la oración que va
acompañada de sinceridad.
2. Es derramar de modo sincero y consciente el corazón o alma. No se trata, como
muchos piensan, de unas cuantas expresiones balbuceantes, de un parloteo
lisonjero, sino de un movimiento consciente del corazón. La oración contiene un
elemento de múltiple y auténtica sensibilidad: unas veces para la carga que
representa el pecado, otras para la acción de gracias por las mercedes recibidas,
otras para la predisposición de Dios a otorgar su misericordia, etc.
(a) Conciencia de la necesidad de misericordia, a causa del peligro que representa
el pecado. El alma, digo, pasa por una experiencia en la que suspira, gime, y el
pecado la quebranta; pues la verdadera oración, de la misma manera que la
sangre brota de la carne cuando ésta es aprisionada por férreas ligaduras,
expresa balbuceante lo que procede del corazón cuando éste se halla abrumado
por el dolor y la amargura.
David grita, clama, llora, desmaya en su corazón, los
ojos le fallan, se seca, cte.; Ezequías se expresa quejumbrosamente cual paloma;
Efraín se lamenta; Pedro llora amargamente; Cristo experimenta lo que es "gran
clamor y lágrimas"; y todo esto por ser conscientes de la justicia de Dios, de la
culpa del pecado, de los dolores del infierno y de la destrucción. "Rodeáronme los
dolores de la muerte, me encontraron las angustias del sepulcro: Angustia y dolor
había yo hallado.
Entonces invoqué el nombre de Jehová" (Salmo 116: 3, 4). Y en
otro lugar: "Mi mal corría de noche" (Salmo 77:2). Y también: "Estoy encorvado,
estoy humillado en gran manera, ando enlutado todo el día" (Salmo 38:6). En
todos estos ejemplos, y en muchísimos más que podrían citarse, puede verse que
la oración entraña una profunda conciencia motivada, ante todo, por la experiencia
del pecado.
(b) A veces uno es gratamente consciente de la misericordia que recibe;
misericordia que alienta, consuela, corrobora, vivifica, ilumina, cte. Así vemos
cómo David derrama su alma para bendecir, alabar y magnificar al gran Dios por
su bondad hacia unos seres tan pobres, viles y desdichados: "Bendice, alma mía,
a Jehová; y bendigan todas mis entrañas su santo nombre. Bendice, alma mía, a
Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios. El es quien perdona todas tus
iniquidades, el que sana todas tus dolencias; el que rescata del hoyo tu vida, el
que te corona de favores y misericordia; el que sacia de bien tu boca de modo que
te rejuvenezcas como el águila" (Salmo 103: 1-5).
Y así la oración de los santos se
convierte a veces en alabanza y acción de gracias; mas no por eso deja de ser
oración. Esto es un misterio; el pueblo de Dios ora con sus alabanzas; como está
escrito: "Por nada estéis afanosos; sino sean notorias vuestras peticiones delante
de Dios en toda oración y ruego, con hacimiento de gracias" (Filipenses 4: 6). El
hacimiento de gracias ofrecido con plena conciencia es una poderosa oración a
los -ojos de Dios, que prevalece ante Él de modo inefable.
(c) En la oración, el alma se expresa a veces como sabiendo ya las bendiciones
que ha de recibir, y esto hace que el corazón se inflame: "Tú, Jehová de los
ejércitos", dice David, "revelaste al oído de tu siervo, diciendo: Yo te edificaré
casa. Por esto tu siervo ha hallado en su corazón para hacer delante de ti esta
súplica" (II Samuel 7:27).
Esta confianza es la que movió a Jacob, David, Daniel y
otros; la previa experiencia de las misericordias que iban a recibir. Sin trances ni
éxtasis, sin balbucear de manera necia y hueca unas cuantas palabras escritas en un papel, sino con poder, con fervor y sin cesar, estos hombres presentaron
gimiendo ante Dios su condición, experimentando, como he dicho, sus
necesidades, su miseria, y confiando en Sus propósitos de misericordia.
Tener una buena experiencia del pecado y la ira de Dios, junto con estímulos
recibidos de Dios para venir a Él, es mejor breviario que el sacado de los libros
papistas usados en la misa, que no son otra cosa que retazos y fragmentos de la
imaginación de algunos papas, algunos frailes, y qué se yo quién más.
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