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ORANDO CON EL ESPIRITU - 2

 Extracto del libro: La Oración
Autor: John Bunyan


"Oraré con el Espíritu, mas oraré también con entendimiento" (1Corintios 14:15). Ahora bien, orar con el Espíritu (pues esto es lo que hace el que ora, si ha de ser acepto a Dios) es, como se ha dicho antes, allegarse a Dios sincera, consciente y afectuosamente por medio de Cristo; lo cual ha de ser necesariamente obra del Espíritu de Dios. No hay hombre ni iglesia en el mundo que pueda allegarse a Dios en oración, si no es con la ayuda del Espíritu Santo: " Por Él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre " (Efesios 2:18). Por lo cual Pablo dice: "Qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos; sino que el mismo Espíritu pide por nosotros con gemidos indecibles. 

Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es el intento del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios, demanda por los santos" (Romanos 8: 26, 27). Voy a comentar en breves palabras este texto que descubre tan plenamente el espíritu de oración y la incapacidad del hombre para orar sin él.  

1. Considérese primeramente la persona que está hablando, o sea Pablo, y en su persona todos los apóstoles. Nosotros los apóstoles, oficiales extraordinarios, edificadores prudentes (alguno, incluso, ha sido arrebatado al paraíso), "qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos". No sabemos qué cosas hemos de pedir; ni a quién oramos, ni por qué medio oramos; nada de esto sabemos sino por la ayuda del Espíritu. ¿Hemos de orar pidiendo tener comunión con Dios por Cristo? ¿Hemos de pedir fe, justificación por la gracia, un corazón verdaderamente santificado? Nada de esto sabemos; "porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1Corintios 2:1l). 

Asimismo, si no saben cuál ha de ser el tema de la oración, a no ser por la ayuda del Espíritu, sin Él tampoco saben cómo deben orar; por lo cual, el apóstol añade: "El Espíritu ayuda nuestra flaqueza: porque qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos." No podían cumplir este deber tan airosa y plenamente como algunos en nuestros días creen que pueden. Aun en sus mejores momentos, cuando el Espíritu Santo les ayudaba, los apóstoles habían de contentarse con proferir suspiros y gemidos indecibles, ya que les faltaban palabras para expresarse. Mas en esto los sabios de nuestros días están tan especializados, que ya saben de antemano cómo deben orar y sobre qué tema; fijando tal oración para tal día, aun veinte años antes. Una para Navidad, otra para Pascua, y la que corresponde seis días después, etc. Han contado aun las sílabas que deben contener. También para cada festividad han preparado ya las oraciones para aquellos que aun no han venido a este mundo. Además, os dirán cuándo debéis arrodillaros, cuándo estar en pie, cuándo sentaros, y cuándo moveros. Todo lo que los apóstoles no llegaban a cumplir, por no poder componer de manera tan meticulosa, a causa del temor de Dios -que les constreñía a orar como debían.

"Porque qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos." Obsérvese esto: "como conviene"; pues el no pensar en esta palabra, o por lo menos el no entenderla en su espíritu y verdad, ha hecho que algunos inventaran, como Jeroboam, otra manera de adorar distinta de la que está revelada en la Palabra de Dios, tanto en lo que respecta al tema como a la forma. Pero Pablo dice que es preciso que oremos como conviene; cosa que no podemos hacer ni con todo el arte, la habilidad, la astucia y el ingenio de los hombres y de los ángeles. "Porque qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos; sino que el mismo Espíritu.... "Sí, el "mismo Espíritu" "ayuda nuestra flaqueza"; no el Espíritu y la concupiscencia del hombre: una cosa es lo que el hombre puede imaginar e inventar en su propio cerebro, y otra lo que se le manda y debe hacer. 

Muchos piden y no reciben, porque piden mal (véase Santiago 4:3), por lo cual jamás llegan ni siquiera a estar cerca de poseer lo que piden. La oración accidental fortuita, no disuade a Dios ni hace que Él responda. Cuando se está en oración; Dios escudriña el corazón, para ver de qué raíz y espíritu procede. "Mas el que escudriña los corazones, sabe" (es decir, aprueba), "cuál es el intento del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios, demanda por los santos" (Romanos 8:27). 
Pues El nos -oye solamente en aquello que es conforme a su voluntad, y en nada más. Y solamente el Espíritu puede enseñarnos a pedir, porque es el único que todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Sin este Espíritu, aunque tuviéramos mil devocionarios, "qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos", -pues nos acompaña aquella flaqueza que nos incapacita totalmente para tal menester. Flaqueza que consiste en lo siguiente, bien que es difícil de describir: Sin el Espíritu, el hombre es tan flaco que por más que use los demás medios no puede tener un solo pensamiento justo relacionado con la salvación y con Dios, con Cristo, o con sus bendiciones. 

Por tanto, el Espíritu dice a los impíos: "No hay Dios en todos sus pensamientos" (Salmo 10:4); a menos que se lo imaginen según ellos son. "Todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal" (véase Génesis 8:21). Si, pues, como se ha demostrado antes, no pueden concebir correctamente al Dios a quien oran, ni al Cristo en cuyo nombre oran, ni las cosas por las cuales oran, ¿cómo podrán dirigirse personalmente a Dios sin que el Espíritu ayude su flaqueza? El Espíritu en persona es el que revela estas cosas a nuestras pobres almas, y quien nos las hace entender; por lo cual Cristo, cuando prometió enviar al Espíritu, al Consolador, dijo a sus discípulos: "Tomará de lo mío y os lo hará saber." Es como si hubiera dicho: "Sé que por naturaleza estáis en tinieblas e ignorancia para entender mis cosas; y aunque probéis este sistema o el otro, vuestra ignorancia continuará; el velo está puesto sobre vuestro corazón, y nadie puede quitarlo, ni daros entendimiento espiritual, si no es el Espíritu". 

La oración verdadera ha de proceder, tanto en su expresión externa como en su intención espiritual, de lo que nuestra alma percibe bajo la luz del Espíritu; de lo contrario será rechazada como cosa vana y abominable, porque el corazón y la lengua no van al unísono - ni tampoco pueden, por cierto, a menos que el Espíritu ayude nuestra flaqueza-. David sabía esto muy bien, y por eso clamó: Señor, abre mis labios; y publicará mi boca tu alabanza (Salmo 51:15). Espero que nadie imaginará que David no podía hablar y expresarse tan bien como los demás, como cualquiera de nuestra generación, según es claramente manifiesto en sus palabras y obras. No obstante, cuando este hombre excelente, este profeta, viene a adorar a Dios, el Señor tiene que ayudarle, pues de lo contrario nada puede hacer. Era incapaz de pronunciar ni una palabra acertada a menos que el Espíritu mismo ayudara su flaqueza. 

2. Es preciso que la oración sea en el Espíritu, para que sea eficaz. Las oraciones que no son movidas desde arriba son como los hombres: necias, hipócritas, frías e indecorosas; y como aquellos que las pronuncian, vienen a ser abominación a Jehová. No es la excelencia de la voz, ni el aparente afecto y fervor del que ora, lo que Dios mira o considera, sino el Espíritu. El hombre, como tal, está tan lleno de toda suerte de impiedad, que no solamente no puede tener una palabra o un pensamiento limpio, sino mucho menos una oración pura y aceptable a Dios por Cristo. Por lo cual, los fariseos, a pesar de sus oraciones, o a causa de ellas, fueron rechazados. 
No cabe la menor duda de que, en cuanto a palabras, eran perfectamente capaces de expresarse; es más, destacaban por lo prolijo de sus oraciones; pero no tenían la ayuda del Espíritu de Jesucristo, por lo cual, lo que hacían, lo hacían solamente con su flaqueza. Todo esto era la causa de que no pudieran derramar sus almas a Dios de modo sincero, consciente y afectuoso, en el poder del Espíritu. Esta es la oración que va al cielo, por ser elevada en el poder del Espíritu, pues ... 

3. Solamente el Espíritu puede claramente mostrar al hombre lo miserable que es por naturaleza, capacitándole así para la oración. Hablar es hablar tan sólo, como decíamos, y no es sino culto de labios cuando no hay una experiencia realmente eficaz de su bajeza. ¡Oh, qué horrenda hipocresía la de la mayoría de corazones! ¡Cuán horrenda mentira la de muchos hombres que oran hoy día sólo para que les vean! ¡Y todo esto por no tener experiencia de su propia miseria! Mas el Espíritu muestra amorosamente al alma su desdicha, le indica su posición y lo que probablemente va a ser de ella; le muestra asimismo lo intolerable de su condición. El Espíritu es quien redarguye eficazmente del pecado y de la miseria de una vida sin Cristo, poniendo así al alma en una actitud apacible, grave, consciente, afectuosa, para orar a Dios conforme a su Palabra. 

4. Aunque los hombres vieran sus pecados, no orarían sin la ayuda del Espíritu. De no ser por Él, huirían de Dios, como Caín y Judas, y desesperarían por completo de hallar misericordia. Cuando una persona tiene conciencia de su pecado y de la maldición de Dios, es difícil persuadirle de que debe orar; pues su corazón dice: "No hay esperanza; es en vano buscar a Dios. Soy una criatura tan vil, infeliz y maldita, que jamás se me tendrá en cuenta". Entonces viene el Espíritu, sosiega al alma, la ayuda a levantar el rostro hacia Dios infundiéndole un poco de la experiencia de lo que es la misericordia, para que se acerque a Dios. 

5. Ha de ser en el Espíritu o con Él; pues si no es así, nadie puede saber cómo ha de allegarse a Dios como conviene. Los hombres podrán decir fácilmente que se allegan a Dios en su Hijo; pero allegarse a Dios "como conviene ", y conforme a Su voluntad, es lo más difícil que concebirse pueda, si se quiere hacer sin el Espíritu. Es el Espíritu quien lo escudriña todo, aun lo profundo de Dios. Es el Espíritu quien debe mostrarnos la manera de allegarnos a Dios, y también aquellas cosas de Dios que le hacen deseable: " Ruégote que me muestres ahora tu camino", dice Moisés, "para que te conozca" (Éxodo 33:13); y Juan 16:14: "Tomará de lo mío, y os lo hará saber."

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