DÍA 10: ESPERANZADO EN DIOS EN HUMILDAD, TEMOR & ESPERANZA

Extracto del Libro: Esperando en Dios
Autor: Andrew Murray

He aquí el ojo de Jehová está sobre los que le temen, Sobre los que esperan en su misericordia, Para librar sus almas de la muerte, Y para sostenerles la vida en tiempo de hambre. Nuestra alma espera en Jehová; Nuestra ayuda y nuestro escudo es él. Pues en él se alegrará nuestro corazón, Porque en su santo nombre hemos confiado. Sea tu misericordia, oh Jehová, sobre nosotros, Según esperamos en ti. (Salmo 33: 18-22.)

El ojo de Jehová está sobre su pueblo; el ojo de ellos está sobre Dios. Al esperar en Dios, nuestro ojo, mirando a Dios, ve que El está mirándonos a nosotros. Esta es la bendición de esperar en Dios, que aparta nuestros ojos y pensamientos de nosotros mismos, incluso nuestras necesidades y deseos y los ocupa en Dios. Adoramos a Dios en su gloria y en su amor, con su mirada omnisciente contemplándonos, para proveer a todas nuestras necesidades. Consideremos este maravilloso encuentro entre Dios y su pueblo, y fijémonos bien en lo que se nos enseña aquí de aquellos en quienes reposa el ojo de Dios, y de Aquel en quien hemos puesto nosotros los ojos.

«El ojo de Jehová está sobre los que le temen, sobre los que esperan en su misericordia». 

El temor y la esperanza se consideran generalmente en conflicto. En la presencia y la adoración a Dios se encuentran de lado, en perfecta y hermosa armonía. Esto es porque en Dios es donde se reconcilian todas las contradicciones aparentes. La justicia y la paz, el juicio y la misericordia, la santidad y el amor, el poder infinito y la ternura infinita, la majestad exaltada sobre el cielo y la condescendencia que se inclina hacia la tierra, todas ellas se encuentran y se reconcilian. Hay verdaderamente un temor que atormenta, que es echado por completo por el amor perfecto. Pero hay un temor que se halla en los mismos cielos. En el cántico de Moisés y del Cordero se dice: « ¿Quién no te temerá, oh, Señor, y glorificará tu nombre?» Y del mismo trono salió la voz: «Alabad a Dios, vosotros sus siervos, y todos los que le teméis».

Que en nuestro esperar procuremos «temer el glorioso y tremendo nombre de Jehová tu Dios». Cuanto más nos inclinamos ante su santidad en santo temor y adoración, en profunda reverencia y humillación, lo mismo que los ángeles velan sus rostros delante del trono, más descansará su santidad sobre nosotros, y más será llena el alma de Dios que se revelará en ella; cuanto más adentro entremos de la verdad que «ninguna carne se glorié en su presencia», más se nos dará a conocer su gloria. «El ojo de Jehová está sobre los que le temen».

«Sobre los que le esperan es su misericordia». No sólo el verdadero temor de Dios no nos impedirá la esperanza, sino que la estimulará y la fortalecerá. Cuanto más nos inclinamos, más comprendemos que no tenemos esperanza sino en su misericordia. Cuanto más nos inclinamos, más cerca de Dios llegamos y hacemos nuestros corazones más osados para confiar en El. Que cada ejercicio de espera, el hábito de aguardar en Dios, esté saturado de abundante esperanza, una esperanza tan brillante e ilimitada como la misericordia de Dios. La bondad paternal de Dios es tal que, en cualquier estado en que nos acerquemos a Él, podemos confiadamente esperar su misericordia.

Tales son aquellos que esperan en Dios. Y ahora, consideremos el Dios en quien esperamos. «El ojo de Jehová está sobre los que le temen, sobre los que esperan en su misericordia; para librar sus almas de la muerte, y para sostenerlos en tiempo de hambre». No para evitarles el peligro de la muerte y del hambre —esto es con frecuencia necesario para estimular la espera en El—sino para librarlos y mantenerlos vivos. Porque los peligros son con frecuencia reales y oscuros; la situación, sea en lo temporal o lo espiritual, puede aparecer por completo sin esperanza.

Hay siempre una esperanza: El ojo de Jehová está sobre ellos. Este ojo ve el peligro, y ve en tierno amor a su hijo que espera temblando, y ve el momento en que su corazón está maduro para la bendición, y ve la manera en que ha de llegar. Este Dios vivo y poderoso, ¡oh, temámosle en la esperanza de su misericordia! Y humillémonos pero con decisión digamos: «Nuestra alma espera en Jehová; nuestra ayuda y nuestro escudo es El. Pues en Él se alegra nuestro corazón, porque en su santo nombre hemos confiado».

Oh, ¡qué bendición el esperar en un Dios semejante! Una ayuda inmediata en el tiempo de tribulación, escudo y defensa contra el peligro. Hijos de Dios, ¿no aprenderéis a hundiros en la invalidez y la impotencia y la quietud, para esperar y ver la salvación de Dios? En medio del hambre espiritual, y cuando parece que la muerte va a prevalecer, ¡oh, espera en Dios! El te librará, El te mantendrá vivo. Dilo no sólo en la soledad, sino decidlo los unos a los otros: el Salmo habla no sólo de un hijo de Dios, sino del pueblo de Dios: «Nuestra alma espera en Jehová; nuestra ayuda y nuestro escudo es El». 

Fortaleceos y animaos los unos a los otros en el santo ejercicio de la espera, que cada uno pueda decir no sólo de sí mismo sino de sus hermanos: «Hemos esperado en Jehová, nos alegraremos y regocijaremos en su salvación».

¡Alma mía, espera solamente en Jehová!

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