No Tengas Temor

Extracto del libro: Amor, Asombroso Amor
por Corrie Ten Boom   

No preguntes: “¿Qué puedo hacer?” sino
“¿Qué es lo que Él no puede hacer?”


No SIEMPRE resultan las cosas tan bien como en la casa de aquel comisario de pueblo. Un día se me invitó a integrar un equipo que trabajaba en forma continua en una gran cárcel. Era un edificio rarísimo. Pusimos nuestro armonio portátil en un largo y angosto pasillo con rejas en ambos extremos. Sólo tres caras se veían tras los barrotes de las celdas a nuestra derecha e izquierda. Por lo visto yo tendría que girar la cabeza de un lado a otro mientras hablaba.

Una de las señoras en el grupo inició el culto cantando un himno acompañada al armonio. Cantó en forma un tanto afectada y la reacción distó mucho de ser favorable. En ambos extremos del pasillo comenzaron los presos a dar alaridos, a gritar y chillar en un esfuerzo por ahogar la voz de la cantante. Pero ella siguió con toda tranquilidad. 

Entremezclado con todo podía oír yo las risas despectivas y burlonas. Un joven de nuestro grupo comenzó a orar con voz amanerada. El resultado fue aun peor. Los presos encontraron un balde y lo hicieron rodar en el piso. El ruido aturdía. “Señor”, oré, “¿Tengo que hablar en este lugar? No puedo, no puedo”, dije con desesperación. “No temas; cree solamente. Puedes hacer todas las cosas por Aquel que te fortalece. Habrá una gran victoria”, me dijo el Señor en mi corazón. Me anime a empezar. 

El tumulto empeoró. Se tiraron los bancos al suelo. Gritos infernales nacían de todas partes. Pero, ya no tenía miedo. Había recibido la promesa de la victoria y traté de levantar mi voz por encima del desorden. Grité a todo pulmón: “Cuando estuve confinada en una celda solitaria durante cuatro meses...”
Hubo de pronto un silencio absoluto. ¿Qué? ¿Esa mujer, sola en una celda durante cuatro meses? Los presos siempre me tienen lástima cuando relato esta parte de mi vida. Estar confinada en soledad, incomunicada, es un castigo severo en cualquier parte del mundo. Muchos presos han aprendido esa verdad por triste experiencia.

Por encima de las cabezas de los tres presos aparecieron más caras detrás de las rejas. Trajeron sillas y bancos y se treparon a ellos para vernos mejor. Siguieron apareciendo más caras en ambos extremos del pasillo. Pero reinaba ahora un silencio absoluto y hablé y hablé, por espacio de tres cuartos de hora. ¡Había tanta alegría en mi alma!. El amor de Dios estaba allí. El Espíritu de Dios estaba obrando y cuando terminé y el pastor que nos acompañaba invitó a los hombres a rendir sus vidas a Cristo, hubo seis que dijeron “Sí”. El pastor fue hacia uno de los extremos de nuestro pasillo con tres de los reclusos que habían levantado la mano, y yo al otro, con los otros tres, para hablar más.

Ahora pude apreciar que había una habitación al final de este pasillo y que muchos presos se habían reunido allí. Por lo visto, todos los presos habían ido
a escuchar la Palabra o por curiosidad, pero habían ido. Había absoluto silencio mientras hablaba con los tres hombres. Luego miré a los demás y me dirigí a ellos:

“Nunca he oído un ruido más espantoso que el que oí aquí cuando empecé a hablar. Estuve tan contenta cuando se callaron. ¿Saben el temor que tengo ahora? Que ustedes se burlarán de los hombres que han levantado la mano o que les harán bromas. Por favor no lo hagan. Estos hombres se han definido por Jesucristo y ahora están colocados del lado de la victoria. Han recibido un librito llamado Evangelio según San Juan. Dejen que ellos se lo lean a ustedes. Yo espero que algún día ustedes también digan “Sí” a Jesucristo. Yo sé que les hará muy feliz”.



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