Contiene extractos del libro: Seis días y un día
Autor: Marvin Byers
Considere cómo sucedió esto en la vida de Jacob. Cuando él luchó con Dios, su nombre fue cambiado de Jacob, "suplantador", a Israel, "príncipe de Dios" (Gen.32:24-28). En las escrituras, los nombres se usan para revelar el carácter de las personas que los llevan. Entendemos que el nuevo nombre de Jacob reveló que había sido formado en él un nuevo carácter. ¿Significa esto que Jacob mismo había sido cambiado? ¿Está Dios interesado en cambiarnos? Si tu respuesta es sí, necesitas considerar cuidadosamente el siguiente punto; podría darte una nueva libertad de la condenación. Dios no tiene el menor interés en cambiar lo que somos. Él quiere matar, o crucificar, lo que somos, para que pueda vivir en nosotros lo que Él es. Quiero compartir una experiencia que me enseñó esta lección:
Hace años, yo estaba lleno de remordimiento, pensando en lo duro que había tratado a mi joven esposa en nuestros primeros años de casados. Gracias a la gracia de Dios en su vida, ella lo soportó y el matrimonio sobrevivió. Unos años después, empecé a regocijarme delante del Señor, porque Él había hecho grandes cambios en mi vida; cambios que habían mejorado mucho nuestro matrimonio. Me gocé más al pensar lo que sería nuestro hogar después de otros 20 años de cambios. Al agradecer a Dios por esa maravillosa esperanza, Él me dijo claramente: "No hay esperanza para ti". Yo me sentí devastado. Le pregunté: "Señor, ¿quieres decir que no terminaré mi vida con tu bendición? ¿Que naufragaré espiritualmente, y no terminaré mi carrera?" En Su bondad, el Señor me explicó: "Tu hombre viejo es el cuerpo mismo de pecado. Yo no estoy tratando de mejorar el pecado; estoy tratando de matarlo, para que mi vida, que es perfecta, pueda vivir en, y a través, de ti" (Rom. 6:6-9; Gál. 2:20).
Este entendimiento trajo aun más gozo que antes. De pronto, entendí que lo que yo soy jamás cambiará, ¡pero está la gloriosa esperanza de que yo mengüe, para que Él crezca! (Jn. 3:30). No necesito dar excusas por lo que soy o lo que hago. Solo necesito arrepentirme y reconocer que debo recibir más gracia para negarme a mí mismo, abrazar la cruz y morir.
A menudo, al fallar en algún área, empezamos a justificarnos. En nuestro corazón, o aun con nuestros labios, expresamos algo así: "Pero es que no entiendes; yo no soy así. No sé por qué hice lo que hice, pero yo no soy ese tipo de persona. Sencillamente fue un desliz. Si me conocieras mejor, sabrías que yo no soy así". Y así, sucesivamente. La verdad es que, si nosotros nos conociéramos mejor, ¡entenderíamos que somos capaces de algo mucho peor! Lo que llamamos "un único desliz" es exactamente como nuestra vieja naturaleza es. Si no repetimos lo mismo, o algo peor, es sólo debido a la misericordia de Dios.
Cuando fallemos en algo, la reacción correcta es: "Señor, Tú ves lo que soy. Te pido que me perdones y me des la gracia necesaria para crucificar la carne, con sus afectos y deseos. Gracias por estar dispuesto a vivir Tu vida en, y a través de mí" (Gál. 5:24). Este entendimiento puede libertarnos de la condenación al caer, y del orgullo al tener éxito. Cualquier cosa buena en mí proviene de Él (Rom. 7:18).
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