Sufrir Nunca es en Vano

Extracto del libro: Sufrir Nunca es en Vano
Autora: Elizabeth Elliot


Ayer iba sentada en el avión junto a una mujer que estaba leyendo un libro llamado Master of Life Manual [El manual del amo de la vida], el cual, según la portada, trataba sobre la metafísica, la conciencia mente-cerebro, los principios del potencial humano y esta sorprendente afirmación: «Crea tu propia realidad ahora». Yo pensé que odiaría caer tan bajo como para tener que crear mi propia realidad frente a los datos de la experiencia humana.

Entonces, yo haría la pregunta: ¿hay alguna razón para creer que el sufrimiento no es en vano? ¿Existe un propósito eterno y perfectamente amoroso detrás de todo esto? Si lo hay, no es evidente; no salta a la vista. Sin embargo, durante miles de años y frente a estas realidades asombrosas (esta terrible verdad), la gente ha creído que existe un Dios amoroso y que Él observa estas realidades que nos rodean y aún nos ama. Si estas personas aún insisten en que Dios sabe lo que está haciendo, que tiene el mundo entero en Sus manos, entonces repito: la razón no puede ser obvia. No se puede deber a que esos miles de personas eran sordas, ciegas o estúpidas e incapaces de ver con claridad y constancia los datos que tú y yo tenemos que mirar constantemente. ¿Cuál es la respuesta? 

F. W. H. Myers, en su poema San Pablo, escribió estas palabras: «¿No existe un mal demasiado amargo que expiar? ¿Cuáles son estos años desesperados y escondidos? ¿No has oído gemir a toda tu creación, los suspiros de los esclavos y las lágrimas de una mujer?». 

La respuesta no es evidente. Debe haber una explicación en alguna parte. Y mi propósito es tratar de llegar a la explicación y luego ver si hay algo que tú y yo podamos hacer con respecto a esta cuestión del sufrimiento.

Estoy convencida de que en esta vida hay muchas cosas respecto sobre las cuales no podemos hacer realmente nada, pero con las cuales Dios quiere que hagamos algo. Y espero que, para cuando concluya, me haya expresado con claridad. Ahora, la palabra sufrimiento puede parecer muy elevada y quizás demasiado solemne para nuestros problemas de hoy.

Yo miro a esta audiencia a la que le estoy impartiendo este contenido y no conozco a ninguna persona aquí. Tampoco tengo idea de quién podría recibir este contenido en el futuro de alguna forma u otra; pero, si te conociera y conociera tus historias, sabría que no hay manera de poder hablar de manera personal a cada necesidad que hay aquí ni a cada tipo de sufrimiento. Además, estoy bastante segura de que habrá algunas personas aquí en esta noche que dirían: «Bueno, realmente no conozco nada parecido al sufrimiento. Nunca he sufrido como Joni Eareckson o Jo Bailey, o incluso Elisabeth Elliot». Y, por supuesto, tienen razón en esto. Y, si yo conociera tu historia, podría afirmar lo mismo. Podría decir: «Bueno, nunca he pasado por algo así».

Estoy convencida de que en esta vida hay muchas cosas respecto sobre las cuales no podemos hacer realmente nada, pero con las cuales Dios quiere que hagamos algo. Por lo tanto, quiero darles una definición de sufrimiento que cubrirá toda la gama desde cuando la lavadora se desborda o cuando tu jefe viene a cenar por la noche y el asado se te quema; todas esas cosas por las cuales nuestra reacción humana inmediata es: «¡Ay, no!». Desde ese tipo de banalidades, relativamente hablando, hasta que a tu esposo le descubran un cáncer, que tu hijo tenga espina bífida, o tú, tú misma, acabes de perderlo todo.

Creo que estarás de acuerdo en que la definición que te daré cubrirá toda esa gama. Las cosas que voy a intentar decirte se aplicarán a las cosas pequeñas, esas cosas a veces ridículamente pequeñas, por las cuales, si te pareces un poco a mí, te enojas y pierdes la compostura, esas cosas que distan muchísimo de las cosas grandes. Y aquí va mi definición de sufrimiento: «El sufrimiento es tener lo que no quieres o querer lo que no tienes». Creo que eso lo abarca todo.

Ahora, ¿puedes imaginar un mundo, por ejemplo, en el que nadie tuviera nada que no quisiera: ni dolores de muelas, ni impuestos, ni familiares susceptibles, ni embotellamientos? O, por el contrario, ¿puedes imaginar un mundo en el que todos tuvieran todo lo que quisieran: clima perfecto, esposa perfecta, esposo perfecto, salud perfecta, puntuaciones perfectas, felicidad perfecta?

Malcolm Muggeridge expresó: «En caso de que pudieras eliminar el sufrimiento, el mundo sería un lugar horrible porque con él desaparecería todo lo que corrige la tendencia del hombre a sentirse demasiado importante y demasiado complacido consigo mismo. El ser humano ya es suficientemente malo, pero sería absolutamente intolerable si nunca sufriera». Muggeridge llega al centro de lo que yo quiero transmitir. Sufrir nunca es en vano.

Ahora, ¿cómo lo sé? Las cosas más profundas que he aprendido en mi propia vida provienen del sufrimiento más profundo; de las aguas más hondas y de los fuegos más violentos, han surgido las cosas más insondables que conozco sobre Dios. Me imagino que la mayoría de ustedes señalarían exactamente lo mismo. Yo añadiría esto: que los dones más grandes de mi vida también han acarreado los más grandes sufrimientos. Hablo de los dones más preciados de mi vida: el matrimonio y la maternidad. Y recordemos siempre que, si no queremos sufrir, debemos tener mucho cuidado de no amar nada ni a nadie. Los dones del amor han sido los dones del sufrimiento. Estas dos cosas son inseparables.

Ahora te hablo no como R. C. Sproul, que es teólogo y erudito. Te hablo no como alguien que simplemente se ha mantenido al margen y ha meditado sobre estas cosas, sino como alguien en cuya vida Dios se ha asegurado de que haya experimentado cierto sufrimiento, cierto dolor. Y ha sido mediante ese dolor que ha surgido la inquebrantable convicción de que Dios es amor.

Las cosas más profundas que he aprendido en mi propia vida provienen del sufrimiento más profundo; de las aguas más hondas y de los fuegos más violentos han surgido las cosas más insondables que conozco sobre Dios.

Cuando mi pequeña hija, Valerie, tenía dos años, ya hacía más de un año que su padre había muerto. Yo estaba empezando a enseñarle cosas como el Salmo 23. «Jehová es mi pastor; nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará. Confortará mi alma…» (Sal. 23:1-3a). Todavía puedo escuchar esa delicada vocecita de bebé decir: «Junto a aguas de reposo me pastoreará». Cuando la oí pronunciar esa frase otra vez (pues todavía tengo una cinta de ella recitando el salmo), yo pensé: ¿De dónde sacó esa extraña entonación?, y me di cuenta de que provenía de su madre, que la adiestraba palabra por palabra. Ella solía decir: «Junto a aguas de reposo…», y yo añadía: «Me pastoreará». Y ella repetía: «Me pastoreará». Como sea, ella lo aprendió. También le enseñaba el Salmo 91, uno de mis favoritos:

«El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré. Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora. Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y adarga es su verdad. No temerás el terror nocturno, ni saeta que vuele de día, ni pestilencia que ande en oscuridad, ni mortandad que en medio del día destruya. Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra; mas a ti no llegará» (Sal. 91:1-7).

Ahora quiero que pienses cómo una madre, viuda, trata de enseñarle a su hijita, cuyo padre fue asesinado por un grupo de indígenas salvajes que pensaron que él era un caníbal, lo que este salmo significa, lo que significan las palabras de la Escritura. Ella aprendió que «Cristo me ama, yo lo sé…» no porque mataron a su papá. Ella no lo sabía de esa manera. Más bien, «Cristo me ama yo lo sé, pues la Biblia dice así».

Ella aprendió a cantar «Dios cuidará de mí», y ¿cómo iba a explicarle que caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra; mas a ti no llegará? Te digo esto porque tal vez te ayude a entender que, debido a las circunstancias de mi propia vida, me he visto obligada a procurar llegar al fundamento mismo de la fe, a esas cosas que son infrangibles e inquebrantables. Dios es mi refugio. ¿Fue Él el refugio de Jim? ¿Fue Él su fortaleza? 

La noche antes de que esos cinco hombres penetran en el territorio waorani y de que estos indígenas los asesinaran, ellos cantaron: «Descansamos en ti, nuestro Escudo y nuestro Defensor». ¿Qué hace tu fe con la ironía de esas palabras? De este lado del cielo, no habría satisfacción intelectual para la pregunta milenaria ¿por qué? Aunque no he encontrado satisfacción intelectual, he encontrado paz. La respuesta que te doy no es una explicación, sino una persona:

Jesucristo, mi Señor y mi Dios. Como mencioné al principio de este capítulo, cuando me di cuenta de que mi esposo había desaparecido y no supe hasta pasados otros cinco días que estaba muerto, las palabras que Dios me dio eran de Isaías, el capítulo 43: «Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti. Porque yo Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador…» (Isa. 43:2-3a).

Entonces, comprendí que Dios no me estaba diciendo que todo iba a estar bien, humanamente hablando, que Él iba a preservar la vida de mi esposo y me lo devolvería, sino que Él me estaba dando una promesa inequívoca: «Yo estaré contigo. Porque Yo soy el Señor tu Dios». Él es el que me amó y se entregó a sí mismo por mí.

Y ese desafío que Iván Karamázov le hizo a su hermano, Aliosha, se hizo eco de un desafío lanzado miles de años atrás, el desafío hecho a Jesús cuando colgaba en la cruz. Tú que destruirías el templo y lo levantarías en tres días, sálvate a ti mismo. Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz. Y recuerdas cómo luego la élite religiosa se mofaba de Él con palabras acusatorias. A otros salvó. A sí mismo no se puede salvar. Él confía en Dios. Líbrele Dios ahora. Él hace milagros; que nos lo demuestre ahora porque aseguró Yo soy el Hijo de Dios. 

Y así, regresamos de nuevo a la terrible verdad de que hay sufrimiento. La pregunta sigue en pie: ¿le presta Dios atención al sufrimiento? Si es así, ¿por qué no hace algo? Yo digo que Él sí hizo algo, Él está haciendo algo y Él hará algo.

Solo mediante la cruz podemos abordar este tema. Esa cruz vieja y tosca, tan despreciada por el mundo. Lo peor que haya sucedido jamás en la historia de la humanidad resultó ser lo mejor porque me salvó a mí. Salva al mundo. Y, de esta manera, el amor de Dios, representado y demostrado al dar a Su Hijo Jesús para que muriera en la cruz, se ha unido armónicamente con el sufrimiento. Sufrir nunca es en vano ¿Comprendes? Esta es la "crux" del asunto. Y aquellos de ustedes que han estudiado latín pueden recordar que la palabra "crux" es la palabra latina para cruz, es decir, la esencial del asunto. Solo en la cruz podemos comenzar a armonizar esta aparente contradicción entre sufrimiento y amor. Nunca entenderemos el sufrimiento a menos que entendamos el amor de Dios.

Debemos comprender las cosas en dos niveles diferentes. En la Escritura, nos encontramos una y otra vez lo que parecen ser paradojas auténticas porque se está hablando de dos reinos diferentes. Se habla de este mundo visible y de un Reino invisible en el que los hechos de este mundo son interpretados. Tomemos como ejemplo las Bienaventuranzas, esas maravillosas declaraciones paradójicas que Jesús pronunció a las multitudes cuando les predicaba en la montaña. 

Él expresó cosas muy extrañas como esta: cuán felices son los que saben lo que significa el dolor. Felices son los que no reclaman nada. Felices son los que han sufrido persecución. Tendrás gran felicidad cuando la gente te culpe y te trate mal y diga todo tipo de cosas difamatorias contra ti. Alégrate entonces, sí, alégrate muchísimo. ¿Tiene esto algún sentido? No, a menos que comprendas que hay dos reinos: el reino de este mundo y el reino de un mundo invisible. Y el apóstol Pablo entendió la diferencia cuando hizo esta declaración asombrosa: Ahora mi felicidad es sufrir por Ti, mi felicidad es sufrir. Parece una tontería, ¿no es así? Sin embargo, esta es la Palabra de Dios. 

Janet Erskine Stuart expresó: «El gozo no es la ausencia de sufrimiento, sino la presencia de Dios». Es lo que el salmista encontró en el valle de sombra de muerte. Recuerda que él señaló: «No temeré mal alguno». El salmista no era tan ingenuo como para afirmar: No temeré al mal porque no hay mal. Lo hay. Vivimos en un mundo malvado, quebrantado, retorcido, caído, distorsionado. ¿Qué dijo el salmista? «No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento».

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