Extracto del libro: El Diario personal de David Brainerd
Martes 20 de abril. Estoy completando hoy veinticuatro años de edad. ¡Oh, cuánta misericordia recibí el año pasado! Con cuánta frecuencia Dios ha “hecho a su bondad pasar delante de mí”.
¡Y cuán pobremente he respondido a los votos hechos hace un año atrás, para ser totalmente del Señor, para ser dedicado para siempre a su servicio! Que en el futuro el Señor me ayude a vivir más para su gloria. Hoy ha sido un día dulce y feliz para mí; bendito sea Dios. Creo que mi alma nunca ha sido tan dilatada en la intercesión por otros como sucedió esta noche. He tenido una lucha fervorosa con el Señor en favor de mis enemigos; y difícilmente antes, he deseado tanto vivir para Dios, dedicarme totalmente a Él. Querría pasar mi vida en su servicio y para su gloria.
Miércoles 21 de abril. Sentí mucha calma y resignación; y Dios, una vez más, me capacitó para luchar por muchas almas, y me dio fervor en el dulce deber de la intercesión. De algún tiempo hasta aquí, he podido disfrutar más de la dulzura de la intercesión por el prójimo que de cualquier otro aspecto de la oración. Mi bendito Señor, de verdad, me ha permitido llegar más cerca de Él, a fin de hacerle mis peticiones.
Día del señor, 25 de abril. Hoy por la mañana pasé cerca de dos horas en deberes secretos de oración, y fui capacitado, más que nunca, a agonizar por las almas inmortales. Aunque era muy temprano por la mañana y el sol apenas brillaba, mi cuerpo estaba lleno de sudor. He sentido gran presión, como me ha ocurrido con frecuencia últimamente, para orar pidiendo la mansedumbre y calma del Cordero de Dios en mi alma; y por medio de su bondad divina sentí mucha esta mañana. ¡Oh, es una dulce disposición el perdonar de corazón todas las injurias que nos hacen, el desear bien a nuestros mayores enemigos, como si fuese a nuestras propias almas!
¡Bendito sea Jesús, haz que cada día sea conformado más y más a Ti! Por la noche yo estaba muy enternecido con el amor divino, y pude sentir algo de la bienaventuranza del mundo superior. Las palabras del Salmo 84.7 me arrebataron con mucha dulzura divina: “Irán de poder en poder; Verán a Dios en Sion”. Cómo Dios, una y otra vez, nos concede un acceso muy cerca de Él, en nuestros llamamientos a Él, esto bien puede ser llamado “aparecer delante de Dios”.
De hecho, así sucede en un verdadero sentido espiritual y en el más apacible sentido. Creo que en estos varios meses no he tenido tal poder de intercesión, tanto por los hijos de Dios y por los pecadores muertos, como tuve esta noche. He deseado y ansiado por la venida de mi querido Señor; deseé unirme a las huestes de ángeles en alabanzas, totalmente libre de la imperfección.
¡Oh, el bendito momento se acerca! Todo lo que quiero es ser más santo, más parecido a mi querido Señor. ¡Oh, por la santificación! Mi propia alma anhela por la completa restauración de la bendita imagen de mi Salvador, para que pueda ser apto para los benditos placeres y actividades del mundo celestial.
“Adiós, mundo vano, mi alma puede darte el adiós.
MI SALVADOR me enseñó a abandonarte.
Tus encantos pueden satisfacer una mente sensual;
Pero no pueden alegrar un alma destinada a Dios.
Reprime tu atracción; cesa de llamar a mi alma;
Está fijado por la gracia: mi Dios será mi TODO.
Mientras Él así me permita ver las glorias celestiales,
Tus bellezas se marchitan, no hay lugar para ti en mi corazón.”
El Señor me refrescó el alma con muchos extractos dulces de su Palabra. ¡Oh, la Nueva Jerusalén! Mi alma la desea mucho. ¡Oh, el cántico de Moisés y del Cordero! ¡Y ese cántico bendito que nadie puede aprender, excepto los que fueron “redimidos de la tierra”!
“Señor, soy aquí un extraño solitario;
La tierra ningún consuelo verdadero puede ofrecer;
Aunque ausente de mi más Querido,
Mi alma se complace en clamar: ¡Señor mío!
Jesús, mi Señor, mi único amor,
Posee mi alma y de allí no te apartes,
Concédeme amadas visitas, Paloma celestial:
Mi Dios tendrá entonces todo mi corazón.”
Lunes 26 de abril. Continué en un dulce estado de ánimo; pero en la tarde sentí algo de orgullo espiritual. Dios tuvo a bien hacer que fuese una sesión de humildad. ¡Mi alma anhela mucho ese bendito estado de perfección, de liberación de todo pecado! Por la noche, Dios me permitió entregar mi alma a Él para arrojarme sobre Él, para ser ordenado y dispuesto de acuerdo a su soberano placer; y yo gozaba de gran paz y consuelo al hacerlo. Mi alma se deleitaba en Dios, mis pensamientos se centraban libre y dulcemente en Él. ¡Oh, que pudiera pasar cada momento de mi vida para la gloria de Dios!
Fuente: Un extracto de la VIDA DE DAVID BRAINERD | Misionero a los indios
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