Extracto del Libro: Esperando en Dios
Autor: Andrew Murray
Esperé pacientemente en Jehová; se inclinó hacia mí, y escuchó mi
clamor... Puso luego en mi boca un cántico nuevo, un himno de
alabanza a nuestro Dios. (Salmo 40:1,3)
Ven y escucha el testimonio de alguien que puede hablar por experiencia del resultado seguro y bendito de una espera paciente en Dios. La verdadera paciencia es algo extraño a nuestra naturaleza confiada en sí misma, es tan indispensable en nuestro esperar en Dios, es un elemento tan esencial de la verdadera fe, que haremos bien meditando una vez más en lo que la Palabra tiene que enseñarnos sobre ella.
La palabra paciencia se deriva de un vocablo latino que significa sufrimiento. Sugiere la idea de estar bajo el dominio de un poder del que de buen grado nos libraríamos si pudiéramos. Al principio nos sometemos contra nuestra voluntad. La experiencia nos enseña que es vano el resistir, y que el soportarlo pacientemente es el curso de acción más prudente. Al esperar en Dios es de suma importancia que no sólo nos sometamos, porque nos vemos obligados a hacerlo, sino porque consentimos con amor y gozo en estar bajo las manos de nuestro bendito Padre.
La paciencia entonces pasa a ser nuestra más alta bendición y nuestra gracia mayor. Honra a Dios y le da oportunidad para que obre con libertad en nosotros. Es la más alta expresión de nuestra fe en su bondad y fidelidad. Da al alma perfecto reposo y la seguridad de que Dios está realizando su obra. Es una evidencia de nuestro pleno consentimiento en que Dios debe obrar en nosotros en la manera y tiempo que El crea mejor. La verdadera paciencia es el abandonar nuestra voluntad propia y aceptar su perfecta voluntad.
Esta paciencia es necesaria para esperar en Dios plena y verdaderamente. Esta paciencia es el crecimiento y fruto de nuestras primeras lecciones en la escuela del esperar. Para muchos parecerá extraño el que sea tan difícil el esperar verdaderamente en Dios.
La gran quietud del alma ante Dios, que se hunde en su propia invalidez y espera en El para que se le revele; la profunda humildad que teme que la voluntad propia o esfuerzo haga nada, excepto lo que Dios obra en su querer y hacer; la mansedumbre que se contenta con no ser ni saber nada excepto según Dios da en su luz; la renuncia completa a la voluntad que sólo quiere ser un cauce por el que la voluntad santa pueda avanzar: todos estos elementos de la perfecta paciencia no se encuentran al momento. Pero, irán apareciendo a medida que el alma mantiene su posición y una y otra vez dice: «Verdaderamente mi alma espera en Dios; de El viene mi salvación: El solo es mi roca y mi salvación.»
Has notado alguna vez que tenemos una prueba de que la paciencia es una gracia para la cual se nos da un don especial, en las palabras de Pablo: «Fortalecidos con todo poder, según su gloriosa potencia, para toda paciencia, longanimidad y gozo.»
Sí, necesitamos ser fortalecidos con todo el poder de Dios, y esto según la medida de su poder glorioso, si hemos de esperar en Dios con toda paciencia. Es Dios revelándose en nosotros como nuestra vida y fuerza que nos permitirá dejarlo todo en sus manos con perfecta paciencia. Si algunos se inclinan a desanimarse
porque no tienen esta paciencia, que cobren aliento. Es en el curso de nuestro esperar en Dios, por más que sea débil e imperfecto, que, El mismo, con su poder escondido, nos fortalece y obra en nosotros la paciencia de los santos, la paciencia de Cristo mismo.
Oigamos la voz de alguien que había sido probado de modo profundo: «Esperé pacientemente en Jehová; se inclinó hacia mí, y escuchó mi clamor.» Oye lo que tuvo que sufrir: «Me extrajo del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; afianzó mis pies sobre una roca, y consolidó mis pasos. Puso luego en mi boca cántico nuevo, un himno de alabanza a nuestro Dios.»
El esperar pacientemente en Dios trae este gran premio; la liberación es segura; Dios mismo nos pondrá un nuevo cántico en la boca. ¡Oh, alma, no te impacientes, sea en el ejercicio de la oración y adoración que tengas dificultades para esperar, o en la demora de respuesta a peticiones específicas, o en el cumplimiento del deseo de tu corazón de una revelación de Dios mismo en una profunda vida espiritual!
No temas, sino descansa en el Señor y espera pacientemente en El. Y si algunas veces crees que la paciencia no es uno de tus dones, recuerda que es un don de Dios, y repite como tuya esta oración:
(2.a Tesalonicenses 3:5) «Y el Señor encamine vuestros corazones al amor de Dios, y a la paciencia de Cristo.» A la paciencia en la cual estás esperando en Dios, El mismo te guiará.
¡Alma mía, espera solamente en Dios!
Comentarios
Publicar un comentario