Extracto del Libro: Esperando en Dios
Autor: Andrew Murray
Esperaré, pues, a Jehová, el cual escondió su rostro de la casa de Jacob, y en él confiaré. (Isaías 8: 17.)
Aquí tenemos a un siervo de Dios, que espera en El, no a causa de sí mismo, sino de su pueblo, de los cuales Dios ha escondido su rostro. Nos sugiere que nuestro esperar en el Señor, aunque comienza con nuestras necesidades personales, con el deseo de la revelación de El mismo, o la respuesta a las peticiones personales, no debe, no puede, terminar aquí.
Puede que aunque nosotros andemos a la plena luz de la faz de Dios, El esté escondiendo su rostro de su pueblo, que nos rodea; lejos de hacernos pensar que es un justo castigo de su pecado, o las consecuencias de su indiferencia, se nos llama a preocuparnos con corazón tierno de su triste estado, y esperar en Dios a favor suyo. El privilegio de esperar en Dios es al mismo tiempo origen de gran
responsabilidad. De la misma manera que Cristo, cuando hubo entrado en la presencia de Dios, empezó a usar este lugar de privilegio y honor como intercesor, también nosotros, si sabemos realmente lo que es entrar y esperar en Dios, debemos utilizar nuestro acceso a Dios en favor de nuestros hermanos menos favorecidos.
«Esperaré, pues, a Jehová, el cual escondió su rostro de la casa de Jacob».
Tú participas en el culto en una congregación determinada. Es posible que haya en ella menos vida y gozo espiritual en la predicación y la comunión de lo que desearías. Perteneces a una iglesia con sus muchos servicios. Hay tanto error o mundanalidad, se busca tanto la sabiduría humana y la cultura, o se hace énfasis en las ordenanzas y observancias, que tú no te extrañas de que Dios haya escondido su rostro en muchos casos, y haya en ella poco poder para la conversión y la verdadera edificación.
Luego hay las ramificaciones de la obra cristiana con las cuales estás conectado: La Escuela Dominical, la Capilla de predicación evangelista, un grupo de la Asociación de Jóvenes, la misión extranjera: en la cual la debilidad de la obra del Espíritu parece indicar que Dios está escondiendo su rostro. Crees, también, que sabes el por qué. Hay demasiada confianza en los hombres y en el dinero; hay demasiada formalidad y auto indulgencia; hay poca fe y oración; poco amor y humildad; demasiado poco espíritu del Crucificado. A veces te parece como si las cosas no tuvieran solución. Nada va a servir de nada.
Cree, sin embargo, que Dios puede ayudar y ayudará. Deja entrar el espíritu del profeta en ti cuando evalúas sus palabras, y te dispones a esperar en Dios, en favor de sus hijos extraviados. En vez de un tono de juicio o de condenación, de decepción y desespero, hazte cargo de tu vocación de que eres llamado a esperar en Dios. Si los demás fallan en hacerlo, entrégate a la tarea con redoblado afán. Cuando más profunda la oscuridad, mayor la necesidad de apelar al único Liberador. Cuanto mayor la autoconfianza a tu alrededor, gente que no saben que son ciegos, pobres, desgraciados, más urgente ha de ser la llamada que has de sentir para ver todo este mal y tener acceso a Aquel que es el único que puede ayudar, para estar en tu puesto esperando en Dios. Di en cada nueva ocasión, cuando te sientas tentado a hablar o suspirar: «Esperar en el Señor, el cual ha escondido su rostro de la casa de Jacob».
Hay todavía un círculo mayor: el de la Iglesia Cristiana esparcida por todo el mundo. Piensa en las Iglesias protestantes, catolicorromanas y ortodoxas griegas, y en el estado de los millones que pertenecen a ellas.
O piensa sólo en las iglesias protestantes, con su Biblia abierta y con sus credos sin duda ortodoxos. ¡Cuánta profesión de cristianismo nominal, cuánto formalismo! ¡Hasta qué punto la regla de la carne y del hombre rige en el mismo templo de Dios! Y ¡qué abundante prueba de que Dios ha escondido su rostro!
¿Qué han de hacer los que ven esto y lo lamentan? La primera cosa que deben hacer es: «Esperaré en Jehová, el cual ha escondido su rostro de la casa de Jacob.» Esperemos en Dios, en una humilde confesión de los pecados de su pueblo. Hemos de dar tiempo y esperar en El, en esta actividad. Esperemos en Dios, en intercesión tierna y amante por todos los santos, nuestros amados hermanos, por equivocadas que estén sus vidas y sus enseñanzas. Esperemos en Dios con fe y a la expectativa, hasta que El nos muestre que va a escuchar.
Esperemos en Dios, con el simple ofrecimiento de nosotros mismos a Él, y la sincera oración de que nos envíe a nuestros hermanos. Esperemos en Dios, y no le demos descanso, hasta que haga de Sión lugar de gozo en la tierra. Sí, descansemos en el Señor, y esperemos pacientemente en El, que ahora esconde su rostro de tantos de sus hijos. Y digamos, con respecto a la luz que esperamos ver de su faz, brillando sobre todo su pueblo: «Espero en el Señor, mi alma espera y mi esperanza está en su Palabra. Mi alma espera en el Señor, más que los centinelas a la mañana, más que los vigilantes a la mañana».
¡Alma mía, espera sólo en Dios!
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