Y se dirá en aquel día: He aquí, éste es nuestro Dios, le hemos esperado para que nos salvase; este es Jehová en quien hemos esperado nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación. (Isaías 29:9.)
En este pasaje hallamos dos hermosos pensamientos. El uno: que quien habla es el pueblo de Dios, que ha estado unido, esperando en El. El otro: que el fruto de su espera ha sido que Dios se ha revelado a sí mismo, y que pueden exclamar con gozo: «Este es Jehová... éste es nuestro Dios.» El poder y la bendición de estar unidos esperando es lo que necesitamos conocer.
Notemos que se repite dos veces: «hemos esperado en Dios». En tiempo de tribulación a veces los corazones del pueblo se han juntado y, cesando en todo esfuerzo o esperanza humanos, con un solo corazón, se han dispuesto a esperar en su Dios. ¿No es esto precisamente lo que necesitamos en nuestras iglesias, convenciones y reuniones de oración?
¿No es la necesidad de la Iglesia y del mundo bastante grande para requerirla? ¿No hay en la Iglesia de Cristo males a los cuales la sabiduría humana no puede dar remedio? ¿No tenemos ritualismo y racionalismo, formalismo y mundanalidad que socavan la Iglesia y merman su poder? ¿No tenemos cultura y dinero y placeres que amenazan nuestra vida espiritual? ¿No son los poderes de la Iglesia por completo inadecuados para contrarrestar los poderes de la iniquidad, la infidelidad y la miseria en los países cristianos y en los paganos? Y ¿no se hace en la promesa de Dios, y en el poder del Espíritu Santo, provisión para hacer frente a estas necesidades, y dar a la Iglesia la garantía tranquilizadora de que está haciendo todo lo que Dios espera de ella? Y ¿no parece ser el esperar unánimes en Dios, para que nos dé su Espíritu, la mayor de todas las bendiciones posibles? No nos cabe la menor duda.
El objetivo de un esperar más definido en Dios en nuestras reuniones sería el mismo que en nuestro culto personal. Significaría una convicción más profunda de que Dios debe y quiere hacerlo todo; un reconocimiento humilde y permanente de nuestra invalidez profunda y la necesidad de una dependencia completa y constante de Él; un darnos cuenta más vivamente de que lo esencial es dar a Dios el lugar de honor y de poder, una expectativa confiada de que aquellos que esperan en El, recibirán, por medio del Espíritu Santo, el secreto de la aceptación y la presencia de Dios, y luego, a su debido tiempo, la revelación de su poder salvador.
El gran objetivo debería ser traer a todos a una compañía que ora y adora, bajo un profundo sentimiento de la presencia de Dios, de modo que cuando se separaran hubiera en ellos la impresión de haberse reunido con Dios mismo, y de haber dejado sus peticiones delante de Dios, y estar, entonces, esperando en quietud, mientras El lleva a cabo su salvación.
Es esta experiencia la que se indica en nuestro texto. El cumplimiento de las palabras, puede, a veces, dar como resultado intervenciones tan sorprendentes del poder de Dios que todos exclamen a la vez: « ¡He aquí, éste es nuestro Dios...!, ¡éste es Jehová!» Por desgracia esto ocurre demasiado raramente en nuestras reuniones. El ministro piadoso no tiene una tarea más difícil y más solemne, aunque más bendita, que el conducir a su pueblo a encontrarse con Dios, y antes de predicar, llevar a cada uno en contacto con Dios. «Sabemos ahora que estamos en la presencia de Dios», estas palabras de Cornelio muestran la manera en que estaba preparada la audiencia de Pedro para recibir el Espíritu Santo.
El esperar en Dios y el esperar a Dios, son las condiciones necesarias para que Dios muestre su presencia. Una compañía de creyentes reunida con el propósito de ayudarse los unos a los otros por medio de pequeños intervalos silenciosos, para esperar sólo en Dios, abriendo su corazón para todo lo que Dios quiera descubrirles, sea sobre su voluntad, nuevos métodos u oportunidades de trabajo, huellas de pecado, lo que sea, pronto tendría ocasión de decir:
«He aquí, éste es nuestro Dios, le hemos esperado para que nos salvase; éste es Jehová a quien hemos esperado; nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación.»
¡Alma mía, espera sólo en Dios!
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