Yo He Prometido Servirte Con Amor

Extracto del libro: 
Secreto espiritual de Hudson Taylor
De Howard Taylor
Jesús, yo he prometido servirte con amor; Concédeme tu gracia, mi amigo y Salvador.

NO FUE A UN SER PERFECTO al que había venido este llamamiento. Era un muchacho normal, llevando una vida muy activa, ya fuera como dependiente en un banco, o sirviendo de ayudante en el almacén de su padre, y como cualquier otro de su edad, tuvo muchas tentaciones. Cuando vino a vivir con él un primo vivaracho, no fue muy fácil poner en primer lugar las cosas de mayor importancia y dedicar el tiempo debido a la oración. Sin embargo, sin ello no puede menos que haber fracaso y desasosiego. El alma seca y árida no puede regocijarse en el Señor, y Hudson Taylor tuvo que aprender que no hay nada en absoluto que sustituya la verdadera bendición espiritual.

“Le vi y le busqué, le tenía y le ansiaba,” escribió uno que había avanzado mucho en el conocimiento de Dios; y el mozo de Barnsley, aunque sólo principiaba, sentía esa bendita sed y hambre de justicia que el Señor se deleita en satisfacer. “Mi alma tiene sed de ti,” fue el suspiro de David. “Será saciada mi alma,” pero a la vez, en el mismo aliento, “mi alma sigue ardorosa en pos de ti.”

Fue en semejante experiencia de derrota, aspiración y bendición a la vez, que Dios tocó a Hudson Taylor de una nueva manera. En un momento, y sin que se pronunciara palabra, él lo comprendió. Había llegado al fin de sí mismo, a un lugar del cual solamente Dios podía librarle, en donde le era imprescindible recibir su socorro, su poder redentor.

Si Dios se manifestara y obrara a su favor, librándole del poder del pecado, dándole la victoria en Cristo, estaba dispuesto él a renunciar toda pretensión humana, iría a cualquier parte, haría cualquier cosa y aceptaría cualquier sacrificio por la causa de Cristo, entregándose enteramente en manos de Dios. Este era el anhelo de su alma, si solamente Dios lo santificara y le librara de las caídas.

“Nunca me olvidaré,” escribió mucho tiempo después, “la emoción que sentí en esos momentos. No hay palabras para describirla. Me parecía estar en la misma presencia de Dios, confirmando un pacto con el Todopoderoso. Me sentí con el deseo de retirar mi promesa, pero no pude. Algo parecía decirme: “Tu oración es contestada; las condiciones que pusiste te son aceptadas.” Jamás me ha dejado la convicción de que en ese momento Dios me llamaba para ir a la China.”

La China, aquel gran país que conocía tan bien desde su niñez, a través de las oraciones de su padre; China, a la cual había sido dedicado desde antes de su nacimiento; China, cuya oscuridad y pobreza había constituido tantas veces un llamamiento para él ¿sería éste en verdad el propósito de Dios para su vida? Claramente, como si una voz hubiese hablado, escuchó la palabra en el silencio: “Entonces vete por mí a la China.”

Desde ese momento su vida tomó un nuevo rumbo, unificado por un solo anhelo y propósito.

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