EL DESPERTAMIENTO EN UN CEMENTERIO

Extracto del libro: Por qué no llega el avivamiento
Autor: Leonard Ravenhill

La mano del Señor vino sobre mí, y mi llevó en el espíritu del Señor y me puso en medio de un valle que estaba lleno de huei sos...; he aquí que eran muchísimos... y estaban secos... Y me dijo: Profetiza sobre estos huesos y diles: huesos, oíd la palabra del Señor... Profeticé, pues, como me fue mandado, y entró espíritu en ellos y vivieron y estuvieron sobre sus pies; un ejército grande en extremo. 

(Ezequiel 37)

¿Ofrece la historia antigua o moderna una descripción más ridicula que ésta? Aquí hay huesos descarnados! ¿Quién ha tenido jamás semejante auditorio? Los predicadores tratan con posibilidades, los profetas con imposibilidades. Isaías había visto a su nación llena de llagas putrefactas, de maldad. Pero, según el cuadro, a la enfermedad había seguido la muerte, a la muerte la desintegración de la carne, y ahora estos huesos esparcidos noí ofrecen sino desconsuelo. La situación podría describirse en letras mayúsculas como de absoluta IMPOSIBILIDAD. No se necesita mucha fe para creer lo imposible, pero ahora se necesitaba aquel «grano de mostaza» capaz de realizar lo imposible.

Ciertamente, ¿puede alguien describir las posibilidades de una semilla viva? Una y otra vez, en el curso de los siglos, Dios ha estado llamando hombres y mujeres a realizar, no lo posible, sino lo imposible. Para probar que apoyarse la impotencia en la omnipotencia de Dios no es en vano, ha borrado la palabra imposible de su vocabulario. 

Los profetas son hombres solitarios. Andan solos, oran solos, y Dios les hace ser solitarios. No hay molde para ellos: su patente de derechos radica en Dios, por el principio de la elección divina. Por ello, a ninguno le es permitido el desaliento. Que nadie diga que es demasiado anciano, pues Moisés contaba 80 años cuando le fue ordenado libertar a todo un pueblo esclavizado. Después que Jorge Muller hubo cumplido los 70 efectuó varios viajes de testimonio alrededor del mundo (con los difíciles menos de viajar de su tiempo y sin la ayuda de la radio predicó a millones de personas).

Ezequiel no nombró un comité influyente ni empleó la publicidad. Era caso de vida o muerte (así lo es el evangelismo hoy día). Pero que tengan cuidado los predicadores en usar esta expresión ya demasiado vieja y gastada de la jerga teológico-misionera, no sea que sus oyentes se limiten a decir: «Es un tío listo, sabe hacer propaganda» (y le dejen sin ayuda material ni espiritual).

A aquel montón de huesos secos se pidió a Ezequiel que predicara un mensaje de vida; y así ocurrió. ¿Había allí maldición? ¡Había muerte! ¿Quién podría traer vida? ¡No hubo allí una magnífica declaración de doctrina! Amados lectores: El mundo no espera una nueva definición del Evangelio, sino una nueva demostración del poder del Evangelio. En estos días de aguda crisis política, de desorden moral y de desa liento espiritual, ¿dónde están los hombres hábiles, no en doctrina, sino en fe?

No se necesita fe para condenar el error; o dar concluyentes pruebas estadísticas de que los diques morales están hundidos y una ola de impureza infernal ha invadido esta generación. ¿Doctrina? Tenemos de sobra, mientra un mundo enfermo, angustioso, hundido en el pecado y el sexualismo, perece de hambre espiritual.

En esta hora trágica el mundo yace en tinieblas y la Iglesia yace en la luz; pero ambas duermen. Así Cristo es «herido en casa de sus amigos». La flaccida iglesia militante és señalada burlonamente como la iglesia impotente. Gastamos cada año montañas de papel y ríos de tinta reimprimiendo los muertos productos de cerebro humanos, mientras el Espíritu Santo viviente está buscan de hombres dispuestos a pisotear su vano orgullo cultural, deshinchar su propio yo y confesar que, teniendo vista están ciegos. Hombres dispuestos a comprar, por el precio de quebrantamiento de corazón y sinceras lágrimas, el ser ungidos con colirio divino para ver las cosas como son.

Hace años un pastor puso a la puerta de su iglesia el siguiente rótulo: «Esta iglesia tendrá un despertamiento o un funeral.» Esta clase de pesimismo complace al Cíelo y desespera al infierno. ¡Lo llamaréis locura! Exactamente, una iglesia sensata según el mundo nunca hace nada bueno. En esta hora crucial necesitamos hombres embriagados del Espíritu Santo.

¿Dónde están hoy día los Wesley, los Whitefields, los Finney y los Hudson Taylors? Sin embargo, en los días de los Hechos de los apóstoles tal tipo de cristianos no era una excepción, sino la regla normal. La bomba atómica parece haber inquietado a todo el mundo excepto a la Iglesia. Con defender la soberanía de Dios y ocultarnos tras la cortina de un fanático dispensacionalismo, creemos estar a salvo de nuestra bancarrota espiritual.

Entretanto el infierno se va llenando. Con el Ateísmo en el mundo, el Modernismo en la Iglesia y la Moderación en los grupos fundamentalistas, ¿estará el Señor buscando en vano, como en los días de Ezequiel, el hombre que se ponga firme en el portillo? Hermanos predicadores, la verdad desnuda es que en nuestros días estamos más ansiosos de viajar que de engendrar; de ahí que no tengan lugar nacimientos espirituales. ¡Que Dios nos envíe, y pronto, un profeta extraordinario a curar una iglesia extraordinariamente coja!

Es demasiado tarde para dar nacimiento a ningunas otra denominación. Ahora mismo Dios está preparando a sus Elías para la última gran ofensiva contra el frío ateísmo militante (disfrazado con una careta religiosa). En el gran despertamiento final el poderoso Espíritu Santo será vino nuevo, rompiendo los viejos y secos odres del sectarismo. ¡Aleluya!

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