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Un Mar Tempestuoso

Compartimos un extracto del diario de David Brainerd, que escribiera el célebre predicador Jonathan Edwards. 


Las muchas decepciones, las grandes aflicciones y perplejidades que experimenté, me dejaban en una horrenda disposición de conflicto con el Todopoderoso; y con vehemencia y hostilidad interiores hallaba fallas en sus maneras de tratar con la humanidad. Mi corazón inicuo, por muchas veces, deseaba algún otro camino de salvación que no fuera por Jesucristo. Al igual que un mar tempestuoso, con mis pensamientos confusos, solía planear maneras de escapar de la ira de Dios por algunos otros medios. Yo trazaba proyectos extraños, repletos de ateísmo, planeando decepcionar los designios y decretos divinos a mi respecto; o de escapar de su atención y ocultarme de Él.

Pero al reflexionar, vi que estos proyectos eran vanos y no me servirían; y que yo no podía crear nada para mi propio alivio. A eso jugaba mi mente en la más horrenda actitud, deseando que Dios no existiera; o deseando que hubiera algún otro dios que pudiera controlarlo. Tales pensamientos y deseos eran las inclinaciones secretas de mi corazón; muchas veces actuando antes de que pudiera darme cuenta de ellas. Desgraciadamente, sin embargo, eran mías; aunque quedara aterrorizado cuando meditaba acerca de ellas. Y cuando reflexionaba, me afligía pensar que mi corazón estaba tan lleno de enemistad contra Dios, y temblaba; temiendo que su venganza de repente cayera sobre mí.

Antes, solía imaginar que mi corazón no era tan malo como las Escrituras, y algunos otros libros, lo describían. A veces me esforzaba dolorosamente para moldear una buena disposición, una disposición humilde y sumisa; y esperaba que hubiera alguna bondad en mí. Pero, de repente, la idea de la rigidez de la ley o de la soberanía de Dios irritaba tanto la corrupción de mi corazón, el cual yo tanto vigilaba y esperaba haber traído a una buena disposición; que tal corrupción rompía todas las ataduras y explotaba por todos lados, como diluvios de aguas cuando desmoronan una represa.

Sensible a la necesidad de profunda humillación, a fin de tener una aproximación salvadora, me empeñaba en producir en mi propio corazón las convicciones exigidas por tal humillación, como por ejemplo, la convicción de que Dios sería justo si me rechazara para siempre; y que si Él me concediera misericordia a mí, sería por pura gracia, aunque primero tuviera que estar afligido por muchos años y muy atareado en mi deber, y que Dios de ninguna manera estaba obligado a tener piedad de mí por todas mis obras, clamores y lágrimas pasadas.

Me esforzaba al máximo para traerme a una firme creencia en esas cosas, y a un asentimiento de ellas de todo corazón. Y esperaba que ahora yo estuviera libre de mí mismo, verdaderamente humillado, y postrado ante la soberanía divina. Estaba inclinado a decir a Dios, en mis oraciones, que ahora tenía exactamente esas disposiciones de alma que Él requería, sobre la base de las cuales Él había mostrado misericordia hacia otros; y fundado en esto implorar y abogar misericordia para mí. Pero cuando no encontraba alivio y seguía oprimido por el pecado y los temores de la ira, mi alma entraba en tumulto, y mi corazón se rebelaba contra Dios; como si Él me tratara duramente.

Entonces mi conciencia se rebelaba, recordándome mi última confesión a Dios de que Él era justo al condenarme. Y eso, dándome una buena visión de la maldad de mi corazón, me echaba de nuevo en aflicción. Deseaba haber vigilado más de cerca mi corazón, impidiéndole rebelarse contra la manera como Dios me estaba tratando. E incluso llegaba a desear no haber pedido misericordia sobre la base de mi humillación; porque de ese modo había perdido toda mi aparente bondad. Así, a menudo, inútilmente imaginaba que estaba humillado y preparado para la misericordia salvadora.

[...] Así pues, aplazaba el entregarme a las manos de Dios, y buscaba mejores circunstancias para hacerlo, tales como: si yo leyese uno o dos pasajes bíblicos, u orase primero, o hiciera algo de esa naturaleza; o después aplazar mi sumisión a Dios con una objeción, diciendo que no sabía cómo someterme a Él. Pero la verdad era que no percibía ninguna seguridad en arrojarme en las manos de Dios, ni podía reclamar nada mejor que la condena.

Después de un tiempo considerable, pasado en ejercicios y aflicciones similares, una mañana mientras caminaba en un lugar solitario, de repente vi que todas mis artimañas y proyectos para realizar o buscar liberación y salvación por mí mismo eran cosas enteramente inútiles. Y fui traído a una posición en la que me hallaba totalmente perdido. Muchas veces, antes, había pensado que las dificultades en mi camino eran muy grandes; pero ahora percibía, bajo otra y muy distinta luz, que para siempre me sería imposible hacer cualquier cosa que me ayudara o liberase. Entonces pensé en acusarme a mí mismo, en el sentido de que no había hecho más, no haberme comprometido más mientras tuve oportunidad -pues ahora me parecía como si la oportunidad de hacer algo hubiera terminado e ido para siempre- pero de pronto percibí que haber hecho más de lo que yo ya había hecho, en nada me habría ayudado. Porque había hecho todas las súplicas que jamás podría haber hecho por toda la eternidad, y todas fueron vanas.

Mientras permanecí en ese estado, mis nociones sobre mis deberes eran muy diferentes de lo que me había imaginado en tiempos pasados. Antes, cuanto más cumplía mis deberes, más difícil creía que sería para Dios rechazarme; aunque al mismo tiempo, confesara y pensara el no haber ninguna bondad o mérito en mis deberes. Ahora, sin embargo, cuanto más oraba o hacía cualquier deber, más bien sentía que estaba endeudado con Dios; por permitirme pedir por misericordia. Porque observaba que el egocentrismo me había llevado a orar, y que nunca había orado una vez ni siquiera motivado por cualquier respeto hacia la gloria de Dios.

Ahora percibía que no había ninguna conexión necesaria entre mis oraciones y la concesión de la misericordia divina; que no ponían sobre Dios la mínima obligación de conferirme su gracia; y que no había más virtud o bondad en ellas que en intentar remar con las manos (la comparación que en aquel momento tenía en mente). Y eso, porque no se hacían motivadas por cualquier amor o consideración hacia Dios. Me di cuenta de que venía acumulando mis devociones ante Dios, ayunando, orando, etc., fingiendo, o algunas veces realmente pensando que apuntaba hacia la gloria de Dios; cuando de hecho yo no la buscaba, sino sólo mi propia felicidad.

Vi que como nunca había hecho nada por Dios, no tenía reivindicación alguna en cualquier cosa de Él; sino la perdición por cuenta de mi hipocresía y escarnio. ¡Oh, cuán diferentes parecían ahora mis deberes de lo que solían parecer! Mas cuando vi claramente que nada consideraba, a no ser mis propios intereses, entonces mis deberes me parecieron un vil escarnio de Dios, una auto-adoración; y un camino revestido de mentiras. He notado que algo peor que meras distracciones había acompañado mis deberes; porque todo no pasaba de auto-adoración, y un horrendo abuso de Dios.

Continué en ese estado mental desde el viernes por la mañana hasta la noche del sábado siguiente, 12 de julio de 1739, cuando yo de nuevo caminaba en aquel mismo lugar solitario donde fui llevado a verme como perdido y desamparado. Allí, en un lamentable estado melancólico, estaba tratando de orar, pero descubrí que mi corazón no quería involucrarse en oración o cumplir cualquier otro deber. Ahora había desaparecido mi preocupación anterior, mis ejercicios y afectos religiosos. Pensé que el Espíritu de Dios me había dejado totalmente. Pero yo no me sentía angustiado, sino desconsolado, como si nada en el cielo y en la tierra me pudiera hacer feliz.

Estando en ese estado me esforcé a orar por casi media hora, aunque como pensé, eso era muy estúpido e insensato. Entonces, cuando caminaba en un bosque espeso y oscuro, una gloria indecible pareció abrirse a los ojos y a la comprensión de mi alma. No estoy hablando de ningún esplendor externo, porque no he visto tal cosa, ni ninguna imaginación de un cuerpo de luz, o cualquier cosa de esa naturaleza; pero era una nueva percepción interior o visión que yo tenía de Dios, tal como nunca tuve antes.

Me quedé quieto y admirado. Sabía que nunca antes había visto algo comparable a ello por excelencia y belleza; era muy diferente de todas las concepciones que alguna vez tuve de Dios, o de las cosas divinas.

No recibí comprensión particular de cualquiera de las personas de la Trinidad, tanto del Padre, el Hijo o el Espíritu Santo; pero me parecía estar contemplando la gloria divina. Mi alma se regocijó con una alegría indecible, por contemplar tal Dios, un tal divino y glorioso Ser. E interiormente me sentía deleitado y satisfecho, por el hecho de que Él sería Dios sobre todo y para todo, siempre. Mi alma estaba tan cautivada y deleitada con la excelencia, la amabilidad, la grandeza y otras perfecciones de Dios; y estaba tan absorto en Él que yo no pensaba, como recuerdo, acerca de mi propia salvación; que al principio me asusté que hubiese una criatura como yo.

Fue así como Dios me trajo a una disposición de todo corazón de exaltarlo, de entronizarlo y de, suprema y finalmente, apuntar a su honor y gloria como Rey del universo.

Continué en ese estado de alegría, paz y admiración hasta casi oscurecerse, sin ningún sensible abatimiento. Entonces empecé a pensar y a examinar lo que yo había percibido; me sentí dulcemente sereno toda la noche siguiente. Me sentía en un mundo nuevo y todo a mi alrededor aparecía con un aspecto diferente de lo que había aparecido antes. 

Fue en ese tiempo que se abrió para mí el camino de la salvación, con tal sabiduría, conveniencia y excelencia infinitas, que llegué a admirarme de haber pensado de cualquier otra manera acerca de la salvación. Y me sorprendió que no hubiera desistido más temprano de mis propias astucias, y hubiese accedido antes a ese bendito y excelente camino. Si yo hubiera podido ser salvo a través de mis propios deberes, o por cualquier otro medio que hubiera inventado antes, ahora toda mi alma habría rechazado tales medios. Me preguntaba por qué el mundo entero no percibía ni accedía al verdadero camino de la salvación totalmente basado en los méritos de Cristo.

Fuente:https://diariosdeavivamientos.files.wordpress.com/2018/10/el-diario-de-david-brainerd-la-vida-de-david-brainerd-diarios-de-avivamientos-2018.pdf

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