Ana Judson nació en un hogar Congregacional en Bradford, Massachusetts, poquito antes de Navidad en 1789. La filosofía de vida en su hogar era que uno debe buscar ser feliz y disfrutar de la vida en toda su plenitud. Por eso, esta chica excepcionalmente inteligente y alegre era muy popular entre sus amistades, y por lo general, el centro de atención en las reuniones y los eventos sociales. Aunque era la menor de cinco hermanos, ninguno de ellos le podía hacer sombra.
Dondequiera que se encontraba, nadie podía estar triste o infeliz. Aunque asistía a la iglesia con fidelidad y mantenía la costumbre de orar, su interés principal eran sus amistades y su vida social. Luego, en el verano de 1805, cuando Ana tenía dieciséis años, hubo un avivamiento en su tranquilo pueblo de Nueva Inglaterra.
Resulta que a la Academia Bradford llegó un maestro nuevo. Empezó a hablar acerca de la salvación, el cielo, el infierno y la necesidad de una conversión personal. Muchos se fueron convirtiendo. Los padres, hermanos y la hermana de Ana se convirtieron, al igual que una de sus amigas más cercanas, llamada Harriet Atwood. ¡Y Ana también se convirtió a Cristo!
Escribió en su diario que aunque se había educado con un fuerte fundamento moral, rara vez había sentido ninguna impresión seria del Espíritu Santo. Había creído que siendo buena y de buena moral, podía escapar del infierno. Aunque en ocasiones sentía culpabilidad por sus pecados, la ignoraba. Llenaba su vida de placeres y diversiones, hasta que un día leyó el versículo: “Pero la que se entrega a los placeres, viviendo está muerta” (1 Timoteo 5:6).
Luego leyó El Progreso del Peregrino y decidió vivir una vida religiosa, pensando que iba camino al cielo. Así siguió titubeando entre renunciar a los placeres y las diversiones, y volver a sus fiestas y esparcimientos. Incluso lloraba, consciente de sus pecados, para luego volver a las diversiones de su vida social. Esto siguió igual por unos cuantos meses hasta que visitó a una tía quien le preguntó acerca de su condición espiritual. La tía le advirtió en contra de tomar a la ligera la obra del Espíritu Santo en su vida. No obstante, siguió titubeando y hasta llegó a sentir antipatía por un Dios santo, quizá porque él se interponía para impedir que continuara su manera de vivir.
Finalmente, mientras leía True Religion (Religión verdadera), por Bellamy, comprendió la verdad acerca del carácter de Dios y la pecaminosidad de su propio corazón, y se convirtió a Cristo. Ahora su vida había cambiado al convertirse en seguidora de Dios y su Palabra, y poseedora de la verdadera felicidad basada en la obra de Cristo a favor de ella, no basada en un fundamento falso de placeres del mundo. Comenzó a demostrar comprensión y habilidad para expresar las verdades más profundas de la teología. Empezó a orar pidiendo que el Señor preparara su corazón para la obra que él quería que ella realizara para él.
Después de su conversión, Ana comenzó a sentir el anhelo de que otros comprendieran los grandes atributos de su Dios grande. Tomó la resolución de continuar su constante lucha contra sus pecados a fin de poder cumplir plenamente la voluntad del Señor. Leyó a todos los grandes escritores teológicos de su época, aun a Jonathan Edwards.
Fue maestra de escuela por varios años en Salem, Haverhill, y Newbury, trabajo que se tomaba muy en serio. Oraba por la conversión de sus alumnos, y en su diario comenzó a mostrar evidencias de un anhelo incontenible de que Dios fuera glorificado por medio de conversiones en otros países. Al leer la vida de David Brainerd, se sintió muy compungida al igual que entusiasmada por vivir una vida santa ante un Dios santo.
Luego, el 28 de junio de 1810, cuando tenía veintiún años, cuatro estudiantes que se habían entregado para ir como misioneros a otros países, visitaron su iglesia y se hospedaron con la familia Hasseltine. Uno de esos jóvenes era Adoniram Judson. Por supuesto, Ana lo cautivó inmediatamente. No es de sorprender que él se preguntara si ella sería la respuesta a una de sus oraciones. No solo le cautivó su belleza, sino de mayor importancia, su profundo espíritu de consagración; y, sí, también su profunda preocupación por la obra misionera.
Él le escribió un mes después preguntando si sería posible iniciar un noviazgo. Ella contestó que él le tendría que preguntarle a su padre. Esto eventualmente resultó en que él le escribiera la siguiente carta al papá de ella, pidiendo su mano:
Juan y Rebecca Hasseltine dejaron que su hija menor tomara su propia decisión. Durante el tiempo de decisión, Ana tuvo una profunda lucha espiritual al examinarse a sí misma, al contar todo el costo que requería encontrar una respuesta. Muchos se oponían rotundamente. Después de todo, ¡sería la primera mujer de Norteamérica en ir a otro país como misionera! Pero una vez que tomó su decisión, nadie podía disuadirla de su propósito de responder al llamado de Dios sobre su vida.
En la primavera de 1811, su amiga Harriet Atwood tomó la misma decisión cuando decidió casarse con Samuel Newell, que también había sido uno de los cuatro visitantes. El Día de Año Nuevo de 1811, Adoniram Judson escribió:
tu estado de ánimo tranquilo y sereno. Sea este un año en que te eleves
El 5 de febrero de 1812 se casaron y se despidieron con emoción y lágrimas de sus familiares y amigos. El 6 de febrero se realizó el culto de ordenación de Adoniram Judson y Samuel Newell, y partieron para la India el 18 de febrero de 1812, llegando a Calcuta el 18 de junio del mismo año, listos para servir a su Señor del modo como él quisiera. ¡Poco se imaginaban por qué rumbo les llevaría esa senda!
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