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La Oración A Través De Las Nubes De Oposición

Extracto del libro: Charles Finney, el hombre que originó 
un avivamiento que cambió el curso de la historia 

Las nubes de la creciente oposición a los métodos y medidas de Finney ensombrecían el horizonte de su trabajo. Durante algún tiempo, estas habían ido apareciendo, hasta que finalmente el alma del evangelista fue tan conmovida por el Espíritu Santo que buscó refugio en la oración.

El Padre Nash, en una carta fechada el 11 de mayo de 1826, dice: "La obra del Señor avanza poderosamente en algunos lugares, enfrentándose a una molesta oposición. Nos han quemado en efigie al señor Finney y a mí. Hemos sido molestados con frecuencia en nuestras reuniones religiosas, y algunas veces los opositores alborotan en la casa de Dios... Hay casi tantos escritos, tantas intrigas, mentiras y divulgación de las mismas como si nos encontráramos en la víspera de una elección presidencial... Pero pienso que la labor continuará"'.

Sus enemigos enviaban a la prensa falsas acusaciones. Se afirmaba que las reuniones de Finney eran ruidosas y se alargaban hasta unas horas irrazonables; que sus oraciones eran irreverentes y el lenguaje de su púlpito áspero; y que se permitía que las mujeres oraran en reuniones donde había hombres. Se acusaba al evangelista de adoptar medios tales como el cuarto de búsqueda en la oración, el poner ansiosos a los oyentes, y el repartir volantes o folletos para patrocinar su trabajo.

Mientras tales nubes ennegrecían su cielo, Finney sintió una urgencia divina de orar para que desaparecieran. No dijo nada, ni pública ni privadamente, acerca de las acusaciones, sino que sólo miró al Señor de quien esperaba dirección y guía. "Busqué a Dios con gran seriedad, día tras día, para que me dirigiera", dice el evangelista, "le pedía a Dios que me mostrara la senda del deber y me diera gracia para resistir bien la tormenta... "El Señor me hizo ver como en una visión lo que tenía por delante.

Se acercó tanto a mí mientras estuve en oración, que la carne me temblaba literalmente sobre los huesos. Me sacudía de la cabeza a los pies bajo el profundo sentimiento de la presencia de Dios. "Al principio, y durante algún tiempo, parecía estar más en la cima del Monte Sinaí, en medio de todo un estruendo, que en presencia de la cruz de Cristo. Nunca en mi vida sentí tan reverente temor, ni me humillé tanto delante del Señor, como entonces...

"Después de un tiempo de gran humillación delante de Él, vino un magnífico levantamiento. Dios me aseguró que estaría conmigo y me sostendría, que ninguna oposición prevalecería contra mi, y que no debía hacer nada en relación a aquel asunto, sino seguir con mi trabajo y esperar la salvación del Señor.

"El sentimiento de su presencia, y todo lo que sucedió entre mi alma y Dios en aquel tiempo, no lo podré describir nunca. Me guió a estar perfectamente confiado, a ser totalmente benévolo, y a no tener nada que no fueran los sentimientos más afectuosos hacia todos los hermanos que estaban engañados y se disponían contra mí en orden de batalla. Me sentía seguro de que todo terminaría bien, y de que el verdadero curso a seguir era dejarle todo al Señor y continuar mi trabajo. 

Cuando la tormenta cobró fuerza y la oposición aumentó, nunca, ni por un momento, dudé acerca del resultado. Jamás pasé una hora en vela pensando en aquello, a pesar de que según toda apariencia externa, era como si las iglesias del país en su totalidad se fueran a poner de acuerdo para excluirme de sus púlpitos".

Sólo con aquella seguridad pudo Finney predicar la libertad de Cristo a los encadenados por el pecado. Las nubes tormentosas crecieron mientras trabajaba en Auburn y Troy, llegaron a alcanzar toda su fuerza cuando estaba evangelizando en Nuevo Líbano.

Es curioso que de toda la gente, fueran los ministros quienes hubieran de llevar la bandera de la oposición. Sin embargo, así sucedió en aquel caso, aunque de ninguna manera trataba Finney de hacerles la competencia en sus iglesias, ya que su deseo principal era trabajar allí donde otros no irían.

[...]y entre los ministros que juzgarían la obra de Finney había muchos nombres importantes, nombres que hoy pesan bien poco, pero que entonces tenían gran importancia en círculos religiosos.

Nettleton y Beecher atacaron sin ambages el tipo de avivamiento de Finney, y Beecher se mostró en cierto modo quisquilloso cuando se le hicieron algunas preguntas acerca de sus creencias, cuando contestó: "No hemos venido aquí para que se nos catequice, y nuestra dignidad espiritual nos prohibe responder a preguntas semejantes". 

Los dos bostonianos trataron incluso que Finney y sus asociados no testificaran en su propio favor, pero el moderador y el resto de los ministros congregados no estaban dispuestos a que tan vergonzosa acción constara en sus actas. Así que complacidamente escucharon el lado de aquellos que creían en el avivamiento.

Hubo un verdadero revuelo mientras aquello tenía lugar. Cuanta más evidencia se acumulaba a favor de la conducta de Charles en los avivamientos, tanto más nervioso y agitado se ponía Nettleton. Este reconocía que él y Beecher estaban perdiendo terreno, y aparte del irritado pastor Weeks, la multitud estaba de parte del evangelista y de sus esfuerzos por salvar almas.

La primera resolución adoptada afirmaba una esperanza de que mayores avivamientos sucederían, y a lo largo de toda ella, hasta el final, predominaba la nota evangelística y se hacía justicia a Finney.

En las Memorias de Nettleton, este menciona específicamente algunas de las medidas de Finney a las que objetaba, tales como:

el orar por personas llamándolas por su nombre, animar a las mujeres a orar y a exhortar en asambleas de hombres y mujeres, hacer llamamientos a la gente para que pasaran al frente por oración, o a que se levantaran en la congregación para dar a entender que habían entregado sus corazones a Dios o que estaban resueltos a prestar atención a la religión.

Tales disputas parecen indignas de grandes hombres hoy; sin embargo, fueron medios para probar la resistencia del alma de Finney, y en lugar de desanimarlo, lo llevaron en realidad a refugiarse más aún bajo las alas del Altísimo. A lo largo de todo aquel período, el evangelista estuvo poseído de una tranquila actitud, y ninguna de aquellas acusaciones perturbó su santo reposo en Dios.

"He trabajado extensamente en este país y en la Gran Bretaña", escribe años más tarde, "y no he hecho ninguna excepción en cuanto emplear a mis medidas... siempre y en todo lugar he utilizado las que usaba en aquellos avivamientos... De poder vivir otra vez mi vida, pienso que con la experiencia de más de cuarenta años de trabajo en avivamientos, y bajo las mismas circunstancias, pondría en práctica básicamente las mismas medidas que entonces".

En todo aquello fue humilde y dio la gloria a Dios por su éxito, afirmando: "No era mi propia sabiduría la que me dirigía; se me hizo sentir mi ignorancia y dependencia, que me condujo a esperar continuamente la guía de Dios. No tenía ninguna duda entonces, ni la he tenido nunca, de que Dios me guió por su Espíritu Santo a tomar el rumbo que tomé... Nunca dudé, ni tampoco pude, de que era dirigido divinamente. 

"Bendigo al Señor por haber sido guardado de distraerme de mi trabajo a causa de la oposición de ellos, y porque nunca me preocupé acerca de la misma; Dios me dio la seguridad de que anularía todo antagonismo. Con esta certeza divina, seguí adelante con un solo propósito en mi mente y un espíritu confiado".

Cuando Beecher volvió a su púlpito de Boston, señaló acerca del viaje a la región de los bosques: "Cruzamos las montañas pues esperábamos encontrarnos con una compañía de muchachos, pero resultaron ser hombres hechos y derechos".

El tema de aquellas discusiones surgió de nuevo en la Asamblea General Presbiteriana de mayo de 1828 en Filadelfia, donde se firmó un armisticio que cancelaba cualquier publicación ulterior de panfletos y toda discusión a favor y en contra del asunto. Tanto Beecher como Finney la firmaron, aunque este último dice que no recuerda haber rubricado ningún papel semejante. Sin embargo, su firma está incuestionablemente en dicho documento.

Aquella Convención, planeada para arruinar, o como diríamos para "cortarle la cabeza" a Finney, sólo sirvió para extender su fama hacia más amplios e importantes campos de servicio, y le abrió las puertas de par en par para predicar en las ciudades más grandes de la nación.

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