Con el tiempo conoció a su esposo, Methu, y se casó con él. Tuvieron dos hijos a quienes amaban profundamente. Durante un tiempo, vivieron en paz. Pero en 1999, musulmanes radicales de los pueblos vecinos llegaron y empezaron a alterar la tranquila vida que la familia de Adel había disfrutado.
Al principio, unas treinta personas —hombres, mujeres y niños— se reunieron alrededor de una pancarta con las palabras “Amor y Paz” escritas en ella. Uno de los hombres proclamó en voz alta que la gente de ambas religiones debía vivir en paz. Aunque los vecinos de Adel pensaron que era extraño, ya que nunca habían tenido conflictos, recibieron el gesto con el corazón abierto.
Cuatro meses después, se enteraron de que uno de sus vecinos había intentado salir de la isla, pero fue detenido por hombres musulmanes. Luego, unos meses más tarde, Adel fue despertada de una siesta por un gran alboroto. Sus vecinos señalaban una columna de humo a lo lejos: una aldea cristiana cercana había sido incendiada. Pronto supieron que tres mil musulmanes se dirigían hacia ellos.
Todo el pueblo fue incendiado, y los hombres, incluido Methu, corrieron a buscar a sus hijos para huir. Pero los musulmanes comenzaron a disparar contra los aldeanos, que cayeron al suelo y se arrastraron entre la hierba para escapar.
Esa noche, la familia de Adel durmió en la selva, tratando de protegerse de la lluvia. Los atacantes los encontraron de nuevo a la mañana siguiente, disparando desde lejos. Entonces Adel comprendió que debía detenerse y preparar a sus hijos para lo que pudiera ocurrir.
Los días siguientes fueron terribles para Adel y su familia. Fueron capturados por los musulmanes; su esposo Methu fue baleado, y su pequeño hijo Anto fue asesinado con un machete. Adel fue golpeada y torturada durante horas. Con cada golpe, gritaba a sus atacantes: “¡La sangre de Jesús tiene poder!”, orando por fuerza y valor. Sentía que Dios la protegía milagrosamente, pues sabía que debería haber muerto hacía mucho tiempo.
A menudo, Adel sentía crecer el odio hacia sus captores, y luchaba contra ese sentimiento todos los días mediante la oración constante.
Por fin, tras lo que pareció una eternidad de cautiverio, Adel, Christina y la nueva hija de Adel, Sarah, lograron escapar y reunirse con Methu.
Ahora continúan difundiendo el evangelio mientras se esconden de sus perseguidores, siempre bajo la amenaza de volver a ser capturados. Gracias a muchas horas de oración ferviente, Adel encontró en su corazón el perdón hacia quienes la trataron con tanta crueldad. Pudo soportar la persecución más horrible gracias a la fortaleza que halló en la oración.
Las pruebas que nosotros enfrentamos quizás no sean tan dramáticas como las que vivieron Adel y su familia, pero deberíamos sentirnos animados a encontrar la misma fuerza que ella encontró: la fuerza que nace de la devoción a la oración.
(Traducido del inglés) Leer la publicación original. Fuente: Prayer Blog, America Pray Now. Usado con permiso.





Comentarios
Publicar un comentario