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El Lema de la Vida | 02

Extracto del Libro: Esperando en Dios
Autor: Andrew Murray


¡Tu salvación esperé, oh Jehová! (Génesis 49:8)

No es fácil decir exactamente en qué sentido usó Jacob estas palabras, en medio de sus profecías con respecto al futuro de sus hijos. Pero, sin duda indican que tanto él como sus hijos esperaban solamente en Dios.
Era la salvación de Dios lo que esperaban; una salvación que Dios había prometido y que Dios sólo podía obrar. Jacob sabía que tanto él como sus hijos estaban bajo el cuidado de Dios. Jehová, el Dios eterno, mostraría en ellos su poder. Estas palabras señalan la maravillosa historia de la redención, que no ha concluido todavía, y el glorioso futuro en la eternidad a la cual conduce. Nos sugieren que no hay más salvación que la salvación de Dios, y que el esperar de Dios esta salvación, sea para nuestra experiencia personal, o para círculos más extensos, es nuestro primer deber y nuestra verdadera bienaventuranza.

Pensemos en nosotros mismos y en la gloriosa salvación que Dios ha obrado por nosotros en Cristo, y que ahora quiere perfeccionar en nosotros por medio del Espíritu Santo. Meditemos hasta que comprendamos que cada participación en su gran salvación, momento tras momento, debe ser la obra de Dios mismo. Dios no puede separarse de su gracia, bondad, fuerza, como algo externo que nos entrega, como si se tratara de las gotas de lluvia que envía del cielo. No, El sólo puede dárnosla, y nosotros podemos disfrutar de ella obrándola directamente en nosotros y de modo incesante. Y la única razón por la que no la realiza más efectiva y continuamente es porque no le dejamos. Se lo impedimos, sea por nuestra indiferencia o por nuestro esfuerzo propio, de manera que Él no puede hacer lo que desea. Lo que nos pide, nuestra entrega, obediencia, deseo y confianza, todo ello está comprendido en esta palabra: esperar en Él, esperar nuestra salvación de Él. Aquí se combina un sentimiento profundo de la total invalidez nuestra para hacer lo que es bueno a los ojos de Dios, y nuestra perfecta confianza en que Dios lo hará con su divino poder.
Vuelvo a decir que meditemos en la divina gloria de la salvación que Dios quiere obrar en nosotros, hasta que conozcamos las verdades que implica. Nuestro corazón es la escena de una operación divina más maravillosa que la Creación. No podemos hacer más para realizar esta obra de lo que podemos hacer para crear un mundo, excepto en cuanto Dios obra en nosotros el querer y el hacer. Dios sólo nos pide que cedamos, nos rindamos, esperemos en Él, para que Él lo haga todo.
Meditemos y estemos quietos, hasta ver cuán a propósito y recto y bendito es que Dios solo lo haga todo, y que nuestra alma quiera postrarse en humildad y decir: «He esperado tu salvación, oh Jehová». Y el fondo de todas nuestras oraciones y obra será: «Verdaderamente mi alma espera en Dios».
La aplicación de esta verdad a círculos más amplios, a aquellos por los cuales trabajamos y por los cuales intercedemos, a la Iglesia de Cristo que nos rodea, o incluso al mundo en general, no es difícil. No puede haber nada bueno excepto lo que Dios obra; el esperar en Dios, el tener el corazón lleno de fe en su obra, y en esta fe orar para que venga su gran poder, es nuestra única sabiduría. ¡Oh, que se nos abran los ojos del corazón para ver a Dios obrando en nosotros y en otros, y para ver cuán bendito es adorar y esperar su salvación!
Nuestra oración privada y pública es la expresión principal de nuestra relación con Dios. Es en ellas que debe ejercitarse nuestro esperar en Dios. Si nuestro esperar empieza acallando las actividades naturales, y quedándonos en silencio ante Dios; si es el inclinarse y procurar ver a Dios en su operación universal y todopoderosa, sólo Él capaz de disponer y hacer todo lo bueno; si se rinde a Él, en la seguridad de que Él está obrando en nosotros; si se queda en el lugar de humildad y quietud y se rinde hasta que el Espíritu de Dios ha avivado la fe de que Él perfeccionará su obra: entonces, verdaderamente pasará a ser la fuerza y el gozo del alma. La vida será una exclamación de gozo profundo: «Tu salvación esperé, oh Jehová». 

¡Alma mía espera sólo en Dios!

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