Extracto del libro: La Práctica de la Presencia de Dios
Hno. Lawrence|conversaciones y cartas
El amor como guía de nuestras acciones. Temor que se convierte en gozo. Diligencia y amor. Sencillez la clave del divino socorro. Quehaceres exteriores y en la comunidad.
El Hermano Lorenzo decía que, con respecto a Dios, debemos obrar con la más grande de las simplicidades, hablando con Él franca y claramente, e implorando su ayuda en todos nuestros asuntos. Dios nunca había fallado en concederle su ayuda, y el Hermano Lorenzo lo había experimentado frecuentemente. Me contó que recientemente había sido enviado a Burgundia, para comprar la provisión de vino para la sociedad. Esta tarea le resultaba muy poco grata porque no tenía ninguna inclinación para los negocios, y porque era cojo y no podía ocuparse de su trabajo en el barco sino rodando sobre los toneles. Sin embargo se entregó a esta tarea y a la compra del vino sin ningún descontento.
Le dijo a Dios que se ocupó de este negocio, y que lo hizo muy bien. Mencionó que el año anterior había sido enviado a Auvergne con la misma comisión y, aunque no podía decir cómo, todo había resultado muy bien. De la misma manera cumplía con su trabajo en la cocina (al cual por naturaleza tenía una gran aversión), donde se había acostumbrado a hacer todo por amor a Dios.
Durante los quince años que había estado trabajando en la cocina, todo le había resultado fácil porque lo hacía con oración y movido por la gracia de Dios. Estaba muy feliz con el puesto que ocupaba ahora, pero que estaba listo a volver a lo anterior, debido a que siempre estaba agradando a Dios en cualquier condición, haciendo las cosas pequeñas por amor a Él.
Para el Hermano Lorenzo los momentos de oración no eran diferentes de lo que habían sido en otros tiempos. Se retiraba a orar, de acuerdo a las directivas de su superior, pero no quería esa clase de retiros ni los solicitaba, debido a que ni el trabajo más grande lo distraía de la presencia de Dios.
Debido a que conocía su obligación de amar a Dios en todas cosas; como él se había esforzado por hacerlo así, no necesitaba que un director espiritual le diera una orden, más bien lo que necesitaba era un confesor que lo absolviera. Dijo que era muy sensible a sus faltas, pero que estas faltas no lo desanimaban. Las confesaba a Dios sin dar ninguna excusa. Cuando lo hacía, con toda paz reasumía su práctica usual de amor y adoración.
El Hermano Lorenzo no consultaba a nadie con sus inquietudes mentales. Por la luz que le daba la fe él sabía que Dios estaba presente, entonces lidiaba consigo mismo tratando de dirigir todas sus acciones a Él. Todo lo hacía movido por el deseo de agradar a Dios, aceptando los resultados que se producían. Dijo que los pensamientos inútiles arruinan todo, que los dolores empiezan allí. Tan pronto como percibimos su impertinencia debemos rechazarlos, y retornar a nuestra comunión con Dios. En el principio frecuentemente había pasado su tiempo de oración rechazando pensamientos erráticos y volviendo a caer en ellos. Nunca había regulado su devoción por ciertos métodos como lo hacen algunos. Sin embargo, al principio había practicado la meditación por algún tiempo, pero después la había dejado de lado de una manera casi inexplicable.
El Hermano Lorenzo enfatizaba que todas las mortificaciones corporales y otros ejercicios eran inútiles, a menos que sirvieran para unirse con Dios por medio del amor. Había considerado bien esto. Encontró que el camino más corto para ir directamente a Dios era ejercitando el amor continuamente por medio de un continuo ejercicio del amor y haciendo todas las cosas por amor a Él. Notó que había una gran diferencia entre los actos del intelecto y los de la voluntad.
Los actos del intelecto eran comparativamente de poco valor. Los actos de la voluntad eran todos poco importantes. Nuestro único deber es amar a Dios y deleitarnos en Él. Ningún tipo de mortificación, si invalida el amor de Dios, puede borrar un solo pecado. En lugar de esto, y sin ansiedad alguna, debemos esperar el perdón de nuestros pecados que proviene de la sangre de Jesucristo, solamente esforzándonos para amarle con todo nuestro corazón. Y él notó que Dios parecía haber garantizado los mayores favores a los pecadores más grandes, como si fueran monumentos conmemorativos de su misericordia.
El Hermano Lorenzo dijo que los mayores dolores o placeres de este mundo no podían compararse con los que él había experimentado en ese estado espiritual. Como resultado de todo eso, solamente deseaba una cosa: no ofender a Dios. Dijo que no cargaba con ninguna culpa. Cuando fallo en mis deberes, rápidamente lo reconozco, diciendo: Estoy acostumbrado a obrar así. Nunca podré cambiar por mí mismo. Y si no fallo, entonces doy gracias a Dios reconociendo que esto viene de Él.
Fuente: https://tesoroscristianos.co/wp-content/uploads/2020/07/La-Practica-De-La-Presencia-De-Dios.pdf ó Leer en nuestros Recursos Cristianos
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